Cuarta Dimensión: La Dama de Negro tocó mi cabeza




Nacer y morir, son dos de los instantes más importantes y trascendentales del ser humano, por esta razón, no sólo la ciencia sino también algunas corrientes espirituales y religiosas, han dedicado su conocimiento para tener una percepción de la vida en el más allá. El cuerpo físico es un vehículo que utilizamos, para cumplir una misión especifica y el alma compuesta en su totalidad de energía, es el motor y la conexión entre lo divino y lo mortal. Al fallecer, simplemente se abandona lo material, para continuar la travesía hacia otras dimensiones superiores.

Hace poco tuve la oportunidad de asistir a una obra de teatro colombo mexicana llamada la Dama de Negro, una novela original de la escritora Susan Hill y en temporada en Casa E (http://www.casae.com), con las magnificas e impecables actuaciones de Robinson Díaz acompañado del director y actor mexicano Rafael Perrini. Desde el inició llamó mi atención, pues he seguido de cerca las versiones cinematográficas de la misma. Al comprar la entrada, rememoré agradables instantes porque me di cuenta, de que iba a ser presentada en la sala Arlequín, aquel espacio de mi juventud en donde abrí mi mente, al extraordinario mundo del séptimo arte.

Al ingresar, noté que habían conservado el espacio tradicional con las sillas en madera, la nostalgia me invadió de una manera grata. Tomé asiento, se apagaron las luces y un joven dirigiéndose al público, hizo la aclaración de que esta obra no era apta para mujeres embarazadas o personas con problemas cardiacos. Las luces se apagaron y en total oscuridad se dio inicio a la apasionante, espeluznante y terrorífica puesta en escena, que pone a prueba los nervios y la imaginación de los asistentes, a través de sorprendentes elementos auditivos y visuales, viviendo a flor de piel el macabro plano de los difuntos, hasta el punto de estar sentado y sentir como unas gélidas manos acariciaban mi cabeza, nada más ni nada menos que de la Dama de Negro.

Algunos espíritus, conocidos coloquialmente como fantasmas, son cuerpos sutiles que continúan transitando en la tierra debido a su falta de aceptación y superación de apegos a personas o deseos insatisfechos, como ansias de poder, venganza, sexo y alcohol, es decir a todas aquellas cosas que únicamente se pueden experimentar mediante el cuerpo físico. De esta manera, tanto las leyendas como los mitos y el arte se han encargado de darle forma a este mundo intangible.

Después de la función, me surgió la curiosidad de investigar y conocer casos de la vida real sobre apariciones fantasmagóricas, como muestra de que esa esfera casi impalpable esta más cerca de lo que muchos podemos llegar a imaginar:

La asombrosa historia de una niña muerta que salvó a su madre.

El Doctor S. Weir Mitchell, eminente neurólogo de Filadelfia del siglo XIX, quedó adormecido en su butaca una tarde de invierno, tras una agotadora jornada de trabajo en su clínica.

Repentinamente, lo despertó el timbre de la puerta, se levantó un poco aletargado y al abrirla vio en el escalón a una niña con un raído chal de color verde sobre los hombros, que combinaba con su angustiante mirada mientras tiritaba de frío. Dulcemente lo cogió de la mano, él sintió como una helada sensación recorrió toda su espalda y le pidió que fuese con ella a ver a su madre que, según le explicó, estaba desesperadamente enferma.

El doctor la siguió por las nevadas calles hasta una vieja casa de madera. La chiquilla lo guió escaleras arriba. Allí encontró a una enferma y delirante mujer de avanzada edad, a la que reconoció como antigua sirvienta de su casa. El diagnosticó fue neumonía y envió a la niña a buscar las medicinas que necesitaba. Mitchell acomodó a la señora lo mejor que pudo y la felicitó por tener una hija tan obediente y presta a ayudar.

Al escucharlo, la anciana lo miró sorprendida y le dijo: “¿Cómo dice señor Mitchell? Mi hija murió hace un mes. En aquel armario están todavía sus zapatos y su chal”.


El médico impactado se dirigió al armario y encontró allí el mismo chal que había visto sobre los hombros de la fúnebre y sombría muchacha que llamó a su puerta. Estaba doblado y seco. Era imposible que hubiera sido utilizado aquella noche bajo la rigurosa nevada por un espectro. La chica que le condujo a la casa no apareció jamás.

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