Cortesía Armando Martí
Por: Armando Martí
Desde hace más de tres meses, los colombianos nos hemos visto enfrentados a una situación de emergencia sanitaria jamás imaginada como consecuencia de la COVID – 19. La sociedad en la que antes vivíamos se está diluyendo y por fortuna, nos estamos dando cuenta de que muchas de las prioridades que creíamos eran elegidas por nosotros o impuestas por la “Matrix” del consumo, ahora están siendo cuestionadas y reevaluadas. Entre ellas el estatus social, el confort, los lujos, las altas metas económicas, el poder social y el espejismo de aliviar la insoportable ansiedad de la existencia diaria a través de las tarjetas de crédito, que de forma desbordada nos impulsaban a comprar para “sentirnos bien” con nosotros mismos.
Así resistimos a los duros efectos de este “shock” intentando construir otra “rápida” opción de sobrevivencia que nos convierte en consumidores de tendencias instantáneas hacia la autoayuda, el bienestar emocional y la espiritualidad. Sin embargo, continuamos cometiendo el antiguo error de seguir buscando afuera las soluciones a los problemas para evadir el proceso de conocernos a nosotros mismos, lo cual nos llevaría a entender esos impulsos inconscientes por entregar nuestro tiempo, felicidad, afecto y calidad de vida a los innumerables y casi siempre inútiles distractores del mundo.
En realidad, ninguna solución por mágica que parezca nos podría ayudar en este difícil momento, en donde necesitamos crecer hacia una madurez emocional y espiritual que nos permita darle prioridad al valor y al respeto por la vida para aumentar nuestra capacidad de apoyo, solidaridad y servicio a los demás. Actualmente, en la “nueva normalidad”, debemos adaptarnos a trabajar y producir recursos económicos de una manera diferente, ahorrando y planificando con mucho cuidado cualquier gasto innecesario. Para lograrlo, es preciso reinventarnos hacia una cotidianidad más sencilla y menos compleja, pues el tiempo que conocíamos y que de alguna manera nos mantenía esclavizados en un reino de producción y consumo, se “detuvo” de forma misteriosa con el fin de evitar una tragedia peor de la que estamos viviendo y así poder despertar nuestra conciencia hacia otro entorno mucho más beneficioso.
Este brusco, pero necesario cambio de hábitos nos está ayudando a mejorar la calidad de vida al ejercitar los valores de la paciencia, la compasión y la tolerancia con el propósito de convivir con nuestra pareja, hijos y familiares durante 24 horas, buscando formas creativas para pasar las horas leyendo, escuchando música, escribiendo, cocinando y adquiriendo nuevas habilidades a través de cursos y tutoriales virtuales.
Otro reto para nuestra mente perfeccionista es el de vivir en la incertidumbre de no saber cuándo pasará esta pandemia, debido a que nos genera mucha ansiedad y angustia, al ver y escuchar tantas noticias desesperanzadoras del número de infectados y fallecidos en nuestro país y en el mundo. Ante este panorama de gran frustración, uno de los caminos es reconocer que debemos aprender a responsabilizarnos principalmente de nuestra salud física y mental para convivir con las emociones que se pueden desbordar por momentos, pero también se pueden controlar al asumir sobriamente esta inesperada situación planetaria.
Lecciones interiores del coronavirus
Cortesía Armando Martí
El resultado de aceptar nuestra fragilidad humana al no poder controlar esta emergencia de salubridad que nos tiene sumidos en el miedo ante la posibilidad de experimentar la enfermedad, el dolor y la muerte, es el de iniciar desde la humildad nuestro viaje interior para renacer hacia una conciencia colectiva con el fin de debilitar el egoísmo social en que vivíamos y el cual distorsionaba el valor de la solidaridad humana.
Sin duda, como muchos colombianos me encuentro limitado en varios sentidos y me doy cuenta de que resignificar el amor por la vida es lo que me habilita el sano temor para evitar el contagio del coronavirus. Cosa que desafortunadamente no está sucediendo con muchas personas por demás inconscientes y altamente irresponsables, quienes no se toman en serio las medidas y los protocolos de bioseguridad, poniendo en peligro la vida de los demás. Recordemos que esta tragedia planetaria la estamos viviendo todos juntos por primera vez en la historia de la humanidad, y de nosotros depende que la existencia nos de una segunda oportunidad de redención.
Las metáforas que me enseñó la pandemia
Cortesía Armando Martí
Hace pocos días en una de nuestras conversaciones nocturnas con mi querido hijo Manuel José, quien es un buscador de la verdad a través de su propia experiencia emergiendo de ellas como un joven pensador que ha navegado en las profundas y a veces agitadas aguas de su mundo interior, me explicaba que el ego se puede convertir en un dogma espiritual, el cual nos desvía de nuestra búsqueda personal. Desde que el ser humano nace, agrega Manuel José, recibe enseñanzas de las figuras de autoridad en su núcleo familiar y social, lo cual, de alguna manera, puede limitarlo. Sin embargo, en el fondo su verdadero deseo es el de sentirse libre. Dentro de ese camino se deben atravesar y conocer sus impulsos más instintivos, así como también sus fortalezas más relevantes, con el propósito de llegar al encuentro con la espiritualidad.
Algunas veces al alcanzar ciertos niveles espirituales, este logro no perdura en el tiempo pues si la persona no consigue desaprender muchos de los dogmas, tabúes y hábitos, puede distorsionar la información y no seguir avanzando. Entre las trampas para no llegar al terreno espiritual, se encuentra la del ego y la soberbia que resucitan cuando menos lo esperamos. En síntesis, existe un ego enfermo y un ego sano, los cuales debemos conocer para comprender los alcances de nuestra luz y de nuestra sombra, con el fin de consolidarlas y dejar de estar divididos, aceptándonos tal y como somos.
Ante este interesante planteamiento, me doy cuenta de que el intercambio de ideas entre las personas y especialmente entre padres e hijos tiene un particular encanto, pues al entablar estos diálogos sinceros y desprevenidos se crea una especie de holograma entre los interlocutores, en donde cada uno encuentra las piezas necesarias para ir entendiendo su propio rompecabezas interior sin imponer conceptos ni prejuicios, ya que de forma natural nos acomodamos a aquellas ideas que funcionan para cada uno y nos hacen sentir seguros y satisfechos de nosotros mismos. Al final de nuestra conversación, Manuel José me preguntó ¿padre cuál es tu visión del mundo durante esta pandemia y cómo ubicarse frente a los amenazantes efectos de la era post COVID – 19?
Después de reflexionar en la respuesta, use el recurso de la metáfora con el fin de contestar a su pregunta. Recordemos que la metáfora es una asociación que comparte alguna similitud, es decir, traslada el significado de un concepto a otro haciendo uso de la imaginación para que el mensaje se entienda y genere un insight (descubrimiento interior) en quien lo lee o escucha.
Frente a una situación crítica que se sale de nuestro control, el mayor apoyo que poseemos como seres humanos es el de una actitud ante los desafíos de la vida y la capacidad de elegir cómo vamos a enfrentar estas situaciones. Por eso, le expuse cuatro posibilidades para afrontar estos tiempos del coronavirus y que también quiero compartirlas con los amables lectores de Konciencia de kienyke.com:
Cortesía Armando Martí
1. El superhéroe de papel: la negación es un mecanismo de defensa que consiste en fingir la capacidad para enfrentar los conflictos, pero desconociendo su existencia. La persona que huye del dolor de la realidad quiere anestesiar su vida a través del alcohol, las drogas, el sexo, la comida, el exceso de trabajo o cualquier distractor externo asumiendo el papel de un superhéroe, por demás imprudente, al creer que no se va a contagiar de la COVID – 19. Prefiere mostrar la fortaleza de un “tigre de papel” y sugestionarse en que nada le va a pasar, sin confrontar qué lecciones debe aprender de la existencia y anulando en su alma la posibilidad de superar este desafío, poniendo en peligro su propia vida y la de los demás.
Cortesía Armando Martí
2. La hormiga negra: los sentimientos de abatimiento, infelicidad y culpabilidad provocan en nosotros una incapacidad total o parcial para equilibrarnos y mantenernos lúcidos durante las crisis, haciéndonos sentir como una “hormiga negra, en una piedra negra, en una noche negra”. Si elijo esta actitud, puedo entrar en estados de depresión, obsesión y pérdida del sentido de la vida. El cerebro obedece los pensamientos que pueden ser sanadores y positivos, o, por el contrario, destructivos y pesimistas. Las emociones son temporales, pero si nuestra mente es obstinada lograremos que estas ideas nos dominen, produciéndonos una frustración continua y un sufrimiento innecesario.
Cortesía Armando Martí
3. El náufrago prudente: la prudencia es el hábito optimista de orientar nuestras acciones hacia la felicidad y el autocuidado, para actuar con precaución ante los posibles daños de esta pandemia. Vamos a imaginar que usted está sólo en medio de una tormenta en altamar con grandes olas, fulgurantes relámpagos y abrazado a un salvavidas que lo sostiene en la superficie, mientras a su alrededor lo ronda un tiburón blanco de 5 metros.
Cortesía Armando Martí
El salvavidas simboliza la fuerza de vivir y la capacidad de resiliencia necesaria para sobrevivir a esta grave situación. Por eso, debe aferrarse al salvavidas y procurar ser prudente con el fin de no hacer movimientos bruscos o desesperados que atraigan la atención del tiburón y lo ataque. Asimismo, existe la posibilidad de que la tormenta se calme o que llegue un barco pesquero a rescatarlo. Si eso sucede, usted va a estar en la cubierta de la nave recuperándose, pero recuerde que el gigantesco escualo permanece a la espera para calmar su apetito.
Además, si tiene la fortuna de que el capitán de este barco sea un viejo lobo de mar con la habilidad para cazar tiburones, seguramente logrará atraparlo y lo amarrará en alguna parte de la cubierta del barco. En ese momento, los coletazos del tiburón mientras muere pueden llegar a ser tan peligrosos como su feroz mordida. De la prudencia y el sentido común dependerá que la nave lo lleve a usted a buen puerto y a salvo.
Cortesía Armando Martí
4. El hombre que no corre: la persona que de forma inteligente y práctica aprende a vivir en el presente sin que lo afecte exageradamente el futuro, ya no necesita huir de sí mismo y entiende que su propia sombra siempre lo acompaña sin luchar contra ella. Ha iniciado por fin su temido viaje interior para identificar y superar algunos de sus sentimientos más tóxicos tales como la ansiedad, la prisa, la codicia, la ambición, la envidia y el resentimiento. Estas emociones no le causan dolor ni sufrimiento, pues ahora las entiende como entiende su misión en la vida. Por eso, hace las cosas con calma y mantiene su vida simple orientada hacia la esperanza y el buen juicio.
Da gracias por la vida, su salud y el oxígeno que hoy libremente respira, descubriendo que entre más agradecido sea con la existencia su sistema inmunológico se fortalecerá para combatir el contagio del coronavirus y si se contagia, tiene recursos interiores potencializados para resistirlo, erradicarlo y quedar inmunizado. El hombre quieto aprovecha hasta el último instante de su vida para despertar a la conciencia y estar presente consigo mismo en cada momento, intentando conectarse desde su esencia con todo el universo. En el fondo tiene la certeza de que está siendo guiado en esta difícil época de su vida. Por eso, mantener la paz, afinar su intuición y escuchar su voz interior, son las herramientas para alcanzar su meta que no es solamente sobrevivir a la pandemia, sino también aprender a vivir de forma plena.
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