Por: Armando Martí
(Fotografía Revista Semana)
Conocí personalmente a Jorge Arabia Wartenberg desde hace varios años y lo asesoré durante el
descalabro de Interbolsa, a través del programa Inner – Self que está orientado hacia el conocimiento
interior y el despertar de la conciencia espiritual, por medio de diálogos
positivos y meditaciones reflexivas, que facilitan un autoexamen confrontativo
en donde se llega a reconocer los defectos de carácter, errores y
equivocaciones cometidos en la vida, para luego responsabilizarse de cada uno
de ellos. De esta manera, se logra que la persona acepté su propia verdad
por más dura que esta sea, poniendo luego la existencia y voluntad en manos de un
Poder Superior que lo guíe.
En
días pasados, Jorge y yo sostuvimos algunas conversaciones telefónicas en
donde me reitero su deseo de seguir colaborando hasta las últimas consecuencias como testigo estrella de la Fiscalía General de Nación. Así mismo, le comuniqué mi intención de contar nuestras experiencias terapéuticas y él me
autorizó hacerlo, pues de alguna forma estas vivencias ayudaron a inspirar la sincera carta enviada
a la prestigiosa Revista Semana y publicada en su edición Nº 1691 del 28 de
Septiembre al 5 de Octubre del 2014, que hoy quiero difundir en mi blog para ustedes, con el fin de generar lecciones y
reflexiones de vida, especialmente sobre la necesidad de tener
humildad, tolerancia y valor para pedir perdón, ya que, perdonar no es olvidar
sino sanar los remordimientos y la culpa generada por nuestros actos.
Carta abierta de Jorge Arabia Wartenberg al país.
“Antes
de entrar a InterBolsa el 15 de junio de 2004 yo era un ejecutivo que traía una
carrera brillante; y que me había preparado toda la vida para sobresalir en el
campo de los negocios y en cualquier actividad que quisiese emprender. Había
estudiado en el exterior donde había obtenido un título y una maestría en
Administración de Empresas con énfasis en Finanzas de una prestigiosa
universidad, siempre ocupando puestos de vanguardia dentro de mi clase.
En
el colegio me había graduado como el mejor estudiante de mi promoción en 1988 y
había obtenido también los premios a mejor estudiante en matemáticas y español.
Después también estuve en una de las mejores universidades del mundo, donde
hice varios cursos avanzados de administración y finanzas. Siempre fui una
persona destacada y le di muchas alegrías a mis padres en este campo.
Aparentemente
me destacaba en todo lo que hacía. Era sobresaliente en los deportes que
practicaba como la natación y el fútbol donde obtuve varios trofeos y medallas.
Sentía que la gente me quería y que tenía muy buenos amigos. Todo en la vida me
sonreía. Y yo cada vez aprovechaba todos estos logros para sentirme más
poderoso, más inteligente y más arrogante. Estaba seguro que iba a seguir
cosechando en mi vida solo triunfos, dinero, fama y poder. Nada me iba a
detener. Nada me hacía falta. Sin embargo, debo reconocer que crecí dentro de
una familia muy unida y con unos principios morales y éticos muy fuertes que
desafortunadamente no vine a valorar del todo hasta que la vida me mostró la
cruda realidad.
Empecé
a trabajar en 1992 a la edad de 22 años en una prestigiosa compañía industrial
donde alcancé un cargo muy importante muy rápidamente, después estuve en el
negocio familiar donde contribuí a sortear una muy difícil situación que
permitió que el negocio de la familia de más de 50 años se salvara de una
profunda crisis y con esto lograr salvarle el empleo a más de 300 personas.
Pasé por el sector público donde tuve acceso de primera mano a cómo se manejaba
el poder en Colombia. Después volví al sector privado a un conglomerado líder
en el país donde tuve la oportunidad de crear una unidad de negocios muy grande
e importante, que hoy es uno de los referentes del país en su campo.
Todo
era bueno. Yo sentía que era un gran ejecutivo y sentía que estaba destinado a
cosas maravillosas. Ganaba muy bien, tenía poder (o eso creía), tenía acceso a
todo lo que yo quería. Mi vida era una vida material y banal, enfocada a la
riqueza artificial y mundana y muy lejos de lo que es en realidad la felicidad.
Pero en ese momento yo estaba ciego y no me daba cuenta de esto. Para mí era
suficiente ganar muy buena plata, darme los lujos que quería, saber que todo el
mundo hablaba bien de mí y que yo era un ser privilegiado por todas estas
cosas.
Mi
vida solo tenía un sentido y era seguir cosechando triunfos materiales para
tener riqueza y hacer lo que me diera la gana. Me olvidé de mis amigos del
colegio con los que no volví a tener contacto y también de los amigos reales
que tenía. Cada vez quería tener más conocidos y personas más influyentes a mi
lado. Mi familia pasó a un segundo plano, me distanciaba más de mis padres y
hermanos y de las personas a las que realmente les importaba.
El entonces Presidente de Interbolsa Rodrigo Jaramillo, en su oficina durante su jornada laboral. (Fotografía de archivo A. Martí)
Y
acá entra InterBolsa que fomentaba mucho más la vida superficial y banal que ya
tenía. Esta era la firma de bolsa más grande del país. El sitio donde todo el
mundo quería estar. Un sitio donde el fin justificaba los medios y el fin era
el lucro y la riqueza de pocos a costa de muchos. Ganaba muy bien y era una de
las personas más importantes de la firma. Qué más podía pedir. La compañía
empezó a crecer y adquirió cada vez más importancia y reputación dentro del
sector financiero en Colombia. A medida que la firma crecía, también crecía mi
arrogancia y mi ambición. Ahora sí cada vez más mis prioridades eran más
riqueza y más poder.
Mi
familia y mi esposa cada vez estaban más lejos. Me pasaba el tiempo con
personas que también estaban enceguecidas por la plata y el poder. Solo sentía
felicidad cuando los resultados de la compañía eran buenos y me ganaba un
aumento de sueldo o una bonificación y cuando sabía que tenía acceso a
cualquier persona que manejara el poder en Colombia. Era el magno VP Financiero
del Grupo InterBolsa y todo lo que quería lo podía hacer. No podía estar más
equivocado. Cuando yo pensaba que me estaba convirtiendo en una gran ejecutivo
y que todo alrededor de mi vida lo tenía completamente controlado, estaba en
realidad tejiendo mi propia caída y destruyendo los principios y valores que mi
familia me inculcó. Cuando yo pensaba que era una persona llena de virtudes y
pocas falencias, era en realidad una persona llena de falencias con muy pocas
virtudes.
Qué
poca persona era yo en realidad cuando pensaba que por el contrario era la
mejor versión mía. Un ser despreciable. Impulsado por la arrogancia y la
soberbia. Rodeado de personas cuyos valores también se regían por estos
principios. Me perdí buena parte de mi vida sin saber apreciar las cosas buenas
y bonitas de la vida. Esos detalles que parecen insignificantes pero que están
llenos de enseñanzas y verdadera fuerza. Solo deseando el bien y el
enriquecimiento personal, yo solo actuaba por mi interés personal y el de
absolutamente NADIE más.
Era
una persona fría, malhumorada y que tendía a mirar por encima del hombro a las
personas. Yo era lo máximo y todos me debían ver así. Cuántas veces le grité a
mis compañeros de trabajo, colaboradores o las veces que simplemente los
ignoré. Las cosas se hacían a mi manera a las buenas o a las malas, pero
se hacían. Eso era yo!!! Qué pesar y qué vergüenza. Qué mal me siento por esto
y por esas personas que recibieron ese trato mío. Solo les pido perdón y que
sepan que de verdad, hoy en día, sé que me equivoqué y que la verdadera mala
persona era yo.
Otro
de las rasgos infames que tenía era lo de no mostrar debilidades. La gente me
tenía que ver como un ser superior, que no se equivocaba, que todo lo tenía
controlado y que fácilmente controlaba los problemas y las dificultades. Mi
prioridad era yo y nadie más. Yo era inexpugnable. Ni siquiera mi esposa y mi
hija, que ya había nacido, estaban tan alto dentro de mis prioridades. Mientras
InterBolsa siguiera creciendo y yo de la mano de ella, todo se valía. Hasta que
la vida se hartó de los excesos míos y de InterBolsa. Y viene la quiebra y el
desplome. ¡Totalmente merecido, sin duda!!! La cultura de irresponsabilidad y
soberbia que dominaba la compañía era demasiado fuerte y este tipo de conductas
jamás prosperarán.
Acá
sentí que mi vida se derrumbó. Hasta estuve en una clínica durante una semana
por la crisis tan grande que tuve al ver que mi mundo se desmoronó en mis
manos. Y sabía que yo había contribuido a esa cultura y a la posterior debacle.
Yo era igual de responsable que todos los que llevamos a InterBolsa a ese
estado. ¡Yo me equivoqué! La vida me dio un duro golpe pues estaba descarriado
y yendo en una dirección contraria y equivocada. Llevo varios meses viendo las
repercusiones de esta gran debacle y de mis acciones, oyendo cómo miles de
personas fueron perjudicadas por la irresponsabilidad y arrogancia de
InterBolsa.
Viendo
cómo mis prioridades de vida me llevaron a ser una persona odiada, vilipendiada
por muchos, acabando con el buen nombre de mi familia. Desde la cúspide caí al
fondo, haciéndole daño y llevándome a mucha gente por delante. Ahora solo me
queda saber que me tengo que levantar para ayudar a las personas que fueron
perjudicadas, a recuperar lo que más se pueda para estas víctimas, a esclarecer
los hechos que causaron tremendo daño, a guiar a las autoridades a encontrar
las verdaderas causas de la debacle, y sobre todo a ayudar a sentar las bases
para que en este país no se vuelvan a presentar episodios tan deplorables como
el de InterBolsa.
Este
escándalo ha sido el momento más duro de mi vida. Ver el nombre propio en los
medios de comunicación asociado al más grande descalabro financiero de la
historia del país, y siendo investigado por las autoridades y muy seguramente
expuesto a multas y sanciones personales y profesionales muy fuertes, además
del rechazo social. Cuando en el pasado pensé que iba a pasar a la historia
como un gran ejecutivo y por mis grandes habilidades y capacidades, lo voy a
hacer como una de las personas que fueron protagonistas de un capítulo infame
de la historia del país. Pero hoy miro atrás y siento que es merecido y, que
sin embargo, todo este sufrimiento me ha hecho una mejor persona.
Ya
sé cuáles son las prioridades de mi vida. Me hacen feliz cosas muy pequeñas
como la sonrisa de mi hija o una llamada o un correo de un compañero del
colegio. Ya sé quiénes son mis verdaderos amigos, volví a acercarme a mi
familia y solo estar con ellos me produce bienestar y alegría. He hablado con
mucha gente que fue perjudicada por mi conducta y por InterBolsa y he puesto la
cara para que haya esperanzas de recuperación de los recursos de los clientes
que confiaron en mí y en InterBolsa. Por eso he venido colaborando
incondicionalmente con las autoridades y lo seguiré haciendo indefinidamente
con fuerza y determinación para que las víctimas puedan ser resarcidas y que la
justicia prospere.
Mi
objetivo es este y que a través de mi colaboración y de mi compromiso con las
autoridades y las víctimas se pueda recuperar una buena parte de los recursos
comprometidos y que a través de las verdaderas enseñanzas de este triste
episodio NUNCA se vuelva a presentar una situación semejante logrando la
consolidación del mercado de valores y de capitales del país.
Pido
perdón por haber sido parte de esta debacle, por haber contribuido al
sufrimiento de muchas personas que confiaron en mí, por haber puesto el
bienestar material por encima del bienestar familiar, espiritual y de la
comunidad. ¡Qué equivocado y descarriado estaba! ¡Qué mal ejemplo le he dado a
mucha gente! Pero tengo la tranquilidad de que he sabido entender el mensaje
que Dios me ha enviado con toda esta situación y que me ha permitido acercarme
a ÉL, a mi familia, a mis verdaderos amigos y a mí mismo. Me equivoqué de
manera monumental y reconozco que no he sido una buena persona. Sin embargo,
seguiré luchando para levantarme y utilizar esta experiencia para resarcirme
con el país y con todas las personas a las que les he fallado.
Debo
dejar claro que yo no tuve ningún lucro personal, diferente a los relacionados
a mi condición laboral en InterBolsa, pero no tuve la entereza ni la convicción
de parar esas conductas que la llevaron al fracaso. Fui partícipe y soy
responsable como muchas otras personas, que enceguecidas por la ambición y la
arrogancia, afectaron la confianza y la integridad de muchas personas.
Espero
que muchas personas me puedan perdonar y que de ahora en adelante esa mejor
persona en que me he convertido pueda trabajar más para ayudarle a entender a
muchas otras personas que la arrogancia, la ambición y la codicia son sin duda
los peores enemigos de cualquier individuo y son los caminos directos a una
vida de perdición y tristeza.
Invito
a los jóvenes, empresarios y ejecutivos de Colombia a redefinir sus principios
de vida donde la humildad, la honestidad y la generosidad sean de verdad la
fuerza impulsora de sus vidas y que esto les permita un equilibrio en sus vidas
personales, profesionales, familiares y espirituales. Así llegará la felicidad
y la verdadera razón de vivir paralelamente con la directa contribución para
construir un mejor país”.
Jorge
Arabia Wartenberg
Septiembre 2014
Comentarios
Pero dudo que su arrepentimiento (quizás sincero), ayude a reponer o resrcir algo a todos los estafados.