Por: Armando Martí
La felicidad es la aceptación
constante de los cambios en la vida y la alegría es la satisfacción de la
simplicidad cotidiana, que permite con tranquilidad y comprensión habitar en el
aquí y en el ahora. Así fue el reencuentro espiritual que tuve con el monje
tibetano, superando la línea del tiempo entre el pasado y el futuro, que nos
atrapa en el resentimiento y la ansiedad, entendiendo que el único control que
tenemos sobre los acontecimientos es la actitud ante ellos.
Desde un lenguaje del corazón, abrazados
y sonriendo a los misterios de la existencia, unidos en un saludo de hermandad
hacia el amor incondicional del Creador, a pesar de las realidades políticas y
sociales de nuestros países (Colombia y Tíbet), con compasión y
desprendimiento, seguimos cultivando semillas de tolerancia, respeto,
generosidad y conocimiento interior hacia todos los seres vivos del planeta
Tierra. Para esto, utilizamos dos herramientas importantes y profundas,
conocidas como la oración y la meditación, que nos mantienen en el centro
espiritual, permitiéndonos con humildad entregar nuestra voluntad al cuidado de
un Poder Superior sabio, constante y bondadoso.
Con unos minutos al día, en un espacio
tranquilo de soledad interior, en medio del silencio armónico del alma, podemos
entrar en comunicación con esta Conciencia Cósmica y con humildad pedir
fortaleza, paciencia y entendimientos, para llevar un día sobrio, lúcido y
sereno, con los inconvenientes, preocupaciones y desafíos normales que se nos
presentan. Entablar esta conexión profunda y transformadora con el poder
sanador de Dios, es una elección saludable para nuestro bienestar integral, que
ayuda a transitar en el camino medio de la existencia.
Namasté
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