Enigmático: El padre Alfonso Llano Escobar y el poder de la oración




Fotografía Armando Martí

Por: Armando Martí

Desde hace muchos años he admirado la lúcida y aguda inteligencia del padre S.J Alfonso Llano Escobar. Cada domingo al leer su columna “Un alto en el camino” publicada por el diario El Tiempo, no sólo me tranquilizaba interiormente, sino también, me hacía reflexionar entorno al descubrimiento de un Jesús humano que superó como todos nosotros, varias de las pruebas y dolores de la vida. 

Incluso, llegue a coleccionar estas valiosísimas columnas del padre Llano, quien nació en Medellín en 1925 e ingresó a la Compañía de Jesús en 1941 y fue ordenado sacerdote en 1956. Es licenciado en Filosofía y Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, es Doctor en Filosofía con énfasis en Ética de la Universidad Gregoriana de Roma y en Teología con énfasis en Moral de la Universidad Lateranense de Roma. Fue director del Instituto de Bioética y director de la Especialización en Bioética de la Javeriana.  

Después tuve la suerte y la dicha de conocerlo personalmente; es más, asistí a varias de sus charlas y exposiciones teologales, filosóficas y existenciales. He sido uno de los muchos amigos y seguidores de sus cursos orientados a desarrollar la fe crítica, es decir, una fe que analiza, discute y pone en perspectiva los hechos bíblicos y cotidianos del hombre. Hace poco estuve en su más reciente curso sobre qué es la oración y durante varios meses cada martes en uno de los salones del CIRE (Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios), este maravilloso guía espiritual de 92 años, nos deleito con su conocimiento y lucidez admirable, lleno de humildad, sabiduría y buen humor. 

En mi transitar por estos caminos del mundo, buscando encontrar respuestas sobre de qué se trata la vida, he conocido asombrosos seres humanos que con su luz, experiencia y ejemplo, aportaron invaluables semillas en mi camino de transformación personal y espiritual. De ellos aprendí que para alcanzar la conexión con nuestro Creador, es fundamental aceptarnos tal y como somos, integrando el instinto, la inteligencia, la voluntad y la intuición, ya que, el Dios del entendimiento de cada uno, nos acepta desde cualquiera de nuestras divergencias, errores, vulnerabilidades, dones y talentos. 

La brújula implantada en mi corazón por el padre Alfonso Llano Escobar, ha sido la de la oración y la meditación, que me ayudan a comprender los lazos sagrados entre la naturaleza, el hombre y lo divino, cuya división auspiciada por la intolerancia de prejuicios sociales, ideologías inflexibles y algunas corrientes religiosas, han generado una gran desarmonía planetaria. La paz y el sosiego interior no provienen de la mente, es una gracia que se logra a través de un proceso disciplinado y comprometido, orientado hacia el bienestar integral de nosotros mismos. Esta fuerza proviene de la oración, así lo afirma el padre Llano con seguridad y certeza. Hoy, quiero compartir con ustedes algunas de estas profundas reflexiones al respecto. 

El término católico de “oración” proviene del sustantivo latino oratio, que significa habla, discurso y lenguaje. Precisamente la oración es un encuentro, un diálogo íntimo, cara a cara con Dios a través de la fe, junto con una capacidad de silencio interior y exterior, sobriedad y actitud de escucha, es decir, de la escucha a la fe, de la fe al conocimiento de Dios, y del conocimiento al amor en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración es aprender a descubrir la presencia de la trinidad en el interior de cada ser humano, como un alimento que nutre el alma. 

Una de las condiciones para que esto sea posible, es la práctica del recogimiento en el sentido de buscar un espacio tranquilo y seguro, disponer de un tiempo específico durante el día, evitar las distracciones de la mente, saturada de información, tecnología, imágenes del celular, compromisos y responsabilidades, con el propósito de alcanzar un sosiego y serenidad interior, abriendo las puertas de la confianza, la sinceridad y la perseverancia, necesarias en el momento de entablar una conversación con nuestro Poder Superior. 

Más allá de buscar la obtención de beneficios, satisfacciones y complacencias, la oración es un momento de conexión intensa y trascendente con Dios, que fortalece los vínculos de la esperanza, la fe y el amor. Un lazo filial entre un hijo que en los momentos de dolor y desesperación, como en los de alegría y gratitud, durante el trabajo o en el descaso, se dirige con sencillez a su Padre, para colocar en sus manos los afanes de la vida, con la seguridad de encontrar en Él comprensión y acogimiento. 

Existen diferentes formas de oración, por ejemplo, la acción de gracias, es un reconocimiento de todo lo recibido por parte de Dios, de su magnificencia, misericordia y presencia, sin importar el éxito o la adversidad en cada una de las situaciones, pues la vida es paradójica, llena de enseñanzas en el camino de la existencia; mientras que la alabanza, es una parte esencial dentro de la oración, ya que, permite reconocer y proclamar la grandeza de Dios, su infinita perfección, bondad y amor, para con nosotros y la humanidad. Un reconocimiento no sólo intelectual sino también existencial, que a pesar de nuestra pequeñez, Él permanece constantemente en nosotros y en toda su creación, sin excepción alguna.  

Ahora bien, hay maneras de llevar a cabo la oración, como entablar un diálogo sincero desde la consciencia y la fe con Dios, expresando las intenciones del corazón, a través de la lectura de algunos pasajes de la biblia u otros textos. Por otra parte, la meditación implica orientar el pensamiento, las emociones o una realidad concreta hacia Dios, para entender cómo se manifiesta y su modo de proceder, identificando la voluntad del Creador. Por último, la oración contemplativa conduce a una comunicación entre el ser humano y Dios mucho más personal, en donde fluye una cercanía amorosa, directa y familiar, incluso sobrepasando las palabras y trascendiendo toda realidad, hasta alcanzar una verdad suave y transformadora, pues Jesús es nuestro amigo que nos enseña a no competir o ganar, sino a compartir y ayudar.

Entonces para iniciar la oración, lo primero es calmarse y descongestionar la mente de las preocupaciones, relajando el cuerpo y respirando lenta pero profundamente. La idea es no apresurarse por nada. Generalmente en algunas iglesias, sinagogas y templos antiguos, está escrita la siguiente advertencia: “Cae en cuenta delante de quién estás”. Es así como la persona, se vuelve consciente de la presencia divina con quien humildemente va entablar un diálogo desde la fe, la esperanza y la caridad, ese “Alguien” que realmente escucha porque sencillamente ama sin condiciones. Es normal sentir como empiezan a surgir dudas, dificultades, ansiedades y confrontaciones, que pueden impedir la sintonía adecuada con la presencia divina. Déjalos pasar, pues más allá de todo, está Jesús que es Dios y se hizo hombre por los hombres.

Es verdad que al orar, estamos delante del “invisible” pero también, el Espíritu de Dios, está dentro de cada uno de nosotros: “ayúdate que Dios te ayudará”. Al finalizar la oración, se hace un pequeño coloquio, es decir, un resumen en donde la persona se dirige una vez más a Dios, manifestando su confianza, amor y alegría, pidiendo perdón por sus faltas y encomendándole sus penas y buena intención. 

Recordemos que la oración es el escudo para vencer el miedo y la incertidumbre. La amorosa consciencia y confiada certeza en la existencia de un Poder Superior a nuestro ego, que cuida por el bienestar de cada ser humano, guiando nuestra vida desde la esperanza del corazón humilde. Por eso la fe crítica es aquella que resiste cualquier ángulo de observación y examen, siendo la más poderosa y humilde, pues estos son los requisitos de la verdadera sabiduría. 



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