Cortesía Armando Martí
Por: Armando Martí
Poseer un don intuitivo no es nada fácil, sobre todo si con el paso de los años, se empieza a sentir la carga energética de tantas personas, a las cuales ayudaste a superar un sin número de problemas. En principio intentaba explicar esta habilidad, desde el ejemplo de aquella sencillez y naturalidad con la que un jardinero con mano experta, podía cortar y diseñar un jardín dejándolo armónico y bello; o quizá la destreza de un deportista con gran precisión, cuando lograba un gol para su equipo, desatando la energía contenida de miles de hinchas que lo consideran su ídolo.
Todos tenemos “algo especial”, pensaba. Sin embargo, muy dentro de mí, sabía que utilizar la intuición para guiar o intentar resolver la vida de las personas, no es una tarea sencilla. La responsabilidad era fuerte, sobre todo al recibir alabanzas y bendiciones de un lado, como críticas y señalamientos por parte de los escépticos. Por eso, al final de cada jornada durante meses y años, me sentí al borde de la incertidumbre y el agotamiento; cuando acertaba en una evaluación intuitiva, era mi polo a tierra para no elevarme demasiado a través de la imaginación o el ego, y perderme en pliegues dimensionales que no entendía.
Debemos recordar, que cuando se utilizan las facultades PSI (Percepción Extrasensorial) sin un adecuado entrenamiento o sin la debida consciencia para manejar esta energía de alta vibración, o con la intención egocéntrica de hacer uso de la sugestión en forma injustificada, se está corriendo un grave riesgo para consigo mismo y con las personas que se sometan a ese tipo de “tratamientos”, que no están sustentados desde la ciencia y la práctica, exponiéndose a un colapso nervioso por sobrecarga y transferencia energética. Incluso lo que es peor, si no se ha logrado una conexión espiritual con un Poder Superior que guíe la existencia, es posible que el “karma” del consultante pase a nuestras vidas y terminemos respondiendo por el dolor que conllevaba esa persona.
Cortesía Armando Martí
En algunas religiones como el hinduismo o el budismo, el karma se interpreta como una “ley” cósmica de causa y efecto refiriéndose al concepto de “acción y reacción”, entendido como aquello que genera el comienzo del ciclo de pagar una deuda por un acto u omisión negativa. Según el karma, cada una de las sucesivas reencarnaciones quedaría condicionada por los hechos realizados en vidas anteriores. Además basado en los conceptos teológicos, la “retribución” es la recompensa por una conducta estimada como buena o el castigo por una acción condenada como mala. La retribución es un tema básico de los grandes libros filosóficos del Antiguo Testamento, el Libro de Job y es vital para el Nuevo Testamento, pues según el cristianismo, tras la muerte nos aguarda un juicio divino que corresponde a la recompensa o el castigo, teniendo en cuanta los actos realizados por el hombre en vida.
Con el paso del tiempo, pude encontrar respuestas a estos cuestionamientos al entender que se pueden unir conocimiento, experiencia e intuición, para generar un servicio congruente e idóneo, que me permitió adquirir seguridad en este campo humanístico y de esta forma vivir tranquilo con mi hacer profesional. Para el efecto, realicé estudios de Logoterapia, PNL (Programación Neurolingüística), Hipnosis, Recursos Humanos, Coaching de Vida, manejo de Crisis Empresariales, Terapia Estratégica Breve y Teología, entre otros.
La transformación de la energía
Cortesía Armando Martí
“La materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”, esta es la teoría del francés Antoine-Laurent Lavoisier (1743-1794),a quien se le conoce como el padre de la química,que intentó explicar cómo en una reacción química, la suma de la masa de los reactivos es igual a la suma de la masa de los productos. Esta fue la primera vez que se comprendió, que la materia se puede transformar pero no eliminar. Cuando quemamos un libro, la materia se convierte en ceniza y humo, pero la cantidad total de materia en el universo es la misma.
Con este axioma el investigador francés perdió la cabeza en la guillotina. Siglos más tarde, el físico alemán de origen judío Albert Einstein (1879 – 1955) controvirtió dicha teoría, con la exposición de su revolucionaria ecuación: E=mc2, demostrando que la masa y la energía eran en realidad magnitudes equivalentes. Todo es energía y nosotros también lo somos. La energía se transforma constantemente y el ser humano está sometido a continuos procesos evolutivos de cambio. Por eso en algunas de mis investigaciones, he desarrollado la hipótesis que además de las necesidades básicas y transcendentes de los seres humanos, existen varias formas de renacimiento y renovación celular, física, emocional y espiritual que se realizan de forma consciente e inconsciente.
Desde nuestra gestación biológica adquirimos el derecho natural de contar con algo de tiempo “para evolucionar”. El tiempo es una dimensión física y energética, que representa la sucesión de estados por los que pasa la materia, las emociones y los pensamientos. Esta facultad permite a nuestro cerebro ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un presente y un posible futuro.
Cortesía Armando Martí
Para nacer a este mundo necesitamos nueve meses de gestación y una vez consolidado el nacimiento, la secuencia evolutiva es la siguiente: primer año a los 9 años (adquirimos consciencia social y personal de nuestros actos); de los 9 a los 18 años (pre adultez, desapego familiar y autonomía en las decisiones personales); de los 18 a los 27 años (adultez, es decir, fuente de autoabastecimiento profesional, definición por un arte u oficio); de los 27 a los 36 años (necesidad de compartir una vida en pareja para “verse” en ella, aprender de los errores, flexibilizar el carácter y madurar); de los 36 a los 45 años (descentralización del ego y centralización en los hijos, como también la construcción de un proyecto de vida familiar estable y fortalecido); de los 45 a los 54 años (angustia existencial, miedo a envejecer y tendencia a no responsabilizarse de las acciones emocionales. Separaciones, búsqueda de parejas más jóvenes, intentar hacer otra vida. Asimismo, se le conoce como la crisis de la edad adulta o el síndrome del demonio de medio día).
Continuando de los 54 a los 63 años (se acentúa el temor a la enfermedad, a la limitación física y psicológica, abriendo las puertas a la tranquilidad y el sosiego, buscando trascendencia y conexión espiritual); de los 63 a los 72 años (aceptación de las limitaciones psicofísicas, la pérdida y la soledad, el reencuentro consigo mismo y con el arte, la música, la literatura y la búsqueda de una vida más allá de la vida. Interés por los fenómenos paranormales, la metafísica y lo sobrenatural); de los 72 a los 81 años (resignificación de los años anteriormente vividos, elección de una vida simple y sencilla, valoración de un día de bienestar físico y mental, agradecimiento por la salud y la oportunidad de vivir en armonía. Tendencia a una constante conexión espiritual y a dejar en manos de un Poder Superior la vida misma, superando el temor a la muerte); y por último, de los 81 a los 90 años (si la mayoría de los ciclos anteriores fueron sembrados desde una bondadosa intención de hacer el bien a los demás y especialmente a sí mismo, los frutos de estos comportamientos se verán reflejados en forma de sabiduría, luz, paz, serenidad, alegría, felicidad y espiritualidad).
Otra referencia de las necesidades humanas, se ve reflejada en la pirámide de Maslow que es una teoría motivacional creada por el psicólogo Abraham Maslow (1908 – 1970), con el propósito de explicar qué impulsa la conducta humana. Por eso contiene cinco niveles ordenados jerárquicamente de la siguiente manera: en el nivel más bajo se encuentran las necesidades básicas como alimentarse y respirar; posteriormente aparecen las necesidades superiores como la seguridad física, la salud, los recursos económicos y el empleo, de igual forma el afecto, la intimidad y el amor, en donde aspiramos al éxito económico, al reconocimiento familiar y social, a la confianza y credibilidad que hemos forjado; finalmente, el escalón más alto de la pirámide es la autorrealización y sólo puede ser satisfecho cuando las demás necesidades han sido lo suficientemente alcanzadas.
La búsqueda de sí mismo
Cortesía Armando Martí
En el Oráculo de Delfos están inscritos los versos: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los Dioses”, nosotros como seres humanos tanto nuestros comportamientos, como pensamientos y acciones son producto de la psique. Ahora bien, al hablar de psique se hace referencia a las acciones y tendencias de la mente humana, es decir, abarca la consciencia, el inconsciente, la intención, la voluntad y la inteligencia (raciocinio), así como también la imaginación, la capacidad de engañar, de resolver problemas y el vasto mundo de las emociones (pena, depresión, euforia, miedo, culpa, vergüenza, felicidad, amor, incertidumbre, entre muchas otras). (https://www.youtube.com/watch?v=erVaj3XeEzQ&feature=youtu.be)
De esta manera, la psique se esfuerza en mantener constantemente un equilibrio, mientras busca activamente su propio desarrollo hacia una identidad personal. Por eso, según el médico psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung (1875 – 1961), la mente se divide en: un Ego que es el organizador de las intuiciones, sentimientos y sensaciones, teniendo acceso a los recuerdos que no están reprimidos; el Yo que comprende la totalidad de la psique, es el genio organizador detrás de la personalidad y es responsable de lograr el mejor ajuste a cada etapa de la vida; la “Persona”,cuyo origen proviene de las máscaras usadas por los actores griegos en la antigüedad y denota la parte de la personalidad que mostramos al mundo, por eso es conocida como "el paquete del ego" y es necesaria para nuestro funcionamiento diario, pues surge desde la infancia con el fin de proporcionar una adaptación a las expectativas de los padres, maestros y compañeros.
Asimismo, la psique está compuesta por una Sombra que son todas aquellas cosas que evadimos y de las cuales no queremos tener conocimiento; y finalmente la Individuación a la que Jung llamó “la búsqueda de la totalidad dentro de la psique humana”, en otras palabras, un proceso en donde el ser humano pretende hacerse consciente de sí mismo como alguien único dentro de una realidad con infinitas posibilidades.
La iluminación psíquica
Cortesía Armando Martí
El desarrollo psíquico del individuo corresponde a tres partes fundamentales: primero el acto de pensar, que es la parte de la mente que resuelve las cosas, da sentido a los eventos de la vida, crea las ideas a través de las cuales definimos situaciones, relaciones y problemas; segundo los sentimientos que se crean, al evaluar si los eventos de nuestras vidas son positivos o negativos, sanos o dañinos; tercero los deseos que asignan una determinada energía a la acción de acuerdo con lo que definimos como deseable y posible.
Lo anterior, se empieza a gestar en el momento en que la madre desinteresadamente da al recién nacido el cuidado parental, cuando lo sostiene amorosamente en su pecho por primera vez. Esta forma de acercamiento, corresponde después, al soporte físico que ayuda a mantener la mente del bebé, ya que, es una etapa en donde la parte fisiológica aún no se concibe separada del sistema nervioso central, razón por la cual, el Yo del infante es todavía débil pero se mitiga con el Yo auxiliar de la madre, a través del contacto con la piel que permite una seguridad y conexión con la realidad, basada en un intercambio de estados del bebé a la madre y de la madre al bebé. De lo contrario, la ausencia y carencia de esta unión inicial, produce una creciente desconfianza en la persona tanto consigo misma como con el medio que la rodea.
No es de sorprenderse entonces, que la carencia de estos lazos de consciencia corporal, conlleven a circunstancias de angustia, dolor y desasosiego que difícilmente pueden ser aliviados desde fuentes externas. Por eso es que popularmente se señalen a estos individuos, como seres que “carecen de tacto” cuando su comportamiento lastima a los demás; o “no tienen el suficiente sentido común” para referirse a la falta de percepción frente a las necesidades y realidades que lo rodean constantemente.
Una sensación de vacío
Cortesía Armando Martí
La desolación interior, acompañada de una ausencia de satisfacción, alegría y esperanza, conduce a un abismo emocional producto de una desconexión que se intenta llenar con poder, fama, dinero, bienes materiales, relaciones sentimentales e incluso con la búsqueda desesperada de maestros espirituales para aliviar dicha sensación. En el fondo, este fenómeno hace parte de una experiencia humana universal, pues todos nosotros en algún momento de la vida podemos experimentar un "sentimiento de vacío".
Pero ¿qué se entiende por experiencia de vacío? La experiencia de la vacuidad, es una manifestación a nivel inconsciente por una percepción de ausencia y carencia de afecto o atención de alguna figura de poder vital en la formación de la psique, para llevar a cabo los procesos, acciones y decisiones como individuo a lo largo de la existencia. Por eso, los sentimientos de vacío están relacionados con sentirse no deseado (falta de tacto) y abandonado (falta de cercanía), razón por la cual, el individuo para sobrevivir a su entorno se engancha con personas o situaciones que puedan brindarle un alivio a ese dolor (codependencia).
Cuando no se tiene comprensión de estas “fugas energéticas” en la psique, constantemente se cree que algo en el exterior tiene que cambiar para finalmente ser feliz. Por ejemplo, las personas pueden encontrarse repitiendo los mismos patrones dolorosos en sus relaciones sin entender por qué; perderse en una conducta adictiva, tener accidentes y enfermedades repetitivas o sabotear su vida un sin número de veces. Es importante aprender del silencio y buscar un espacio para entrar en contacto con el Yo interior, con el fin de saber qué es lo que realmente necesitamos, de dónde proviene ese vacío y cómo se puede llenar sanamente, de lo contrario inconscientemente estas carencias no satisfechas, van a ser proyectadas en figuras como parejas, amantes, hijos, amigos cercanos y compañeros de trabajo, pues entre más cercana sea la conexión, más profunda es la proyección.
Algunos de los vacíos esenciales son: la necesidad de sentirse querido, especial y respetado; la validación de las emociones, pensamientos y percepciones; las ganas de alentar y explorar sanamente sin desbordes la sexualidad, el ingenio, la creatividad, la alegría, el silencio y la soledad; el alivio de sentirse seguro, protegido y apoyado; la necesidad de saber qué es correcto, cometer errores y aprender de ellos sin sentirse culpable toda la vida; la certeza de amar y ser amado, como la responsabilidad de establecer límites firmes pero sanos, soltando el control.
Una sensación de plenitud
Cortesía Armando Martí
Contrario al estado de vacío, la plenitud es un centro en donde se asientan los conocimientos psíquicos, es el medio de evolución de todas las vivencias, el lugar de llegada y partida de la vida, es decir, un alto grado de autonomía y autoestima como resultado de un proceso sano de confrontación, deconstrucción y construcción de un Yo suficiente para sí mismo. Es en este punto donde la autorrealización se entiende como la capacidad de llevar una vida que es profundamente satisfactoria, fructífera y que vale la pena vivir, en oposición a las sensaciones de autodestrucción, frustración y venganza.
Las personas con este tipo de consciencia saben lo que sienten y desean, así como también, tienen noción de las aflicciones de los demás, sin dejarse confundir por sentimientos superficiales, al permanecer en conexión con su propio cuerpo y su fuente de energía central (Poder Superior). A esto se le denomina auto-trascendencia, en otras palabras, la habilidad de expandir los límites personales hacia un mayor entendimiento de sí mismo, el mundo y los valores que lo rodean, integrando el pasado y el futuro de una manera que tenga algún significado en el presente, yendo más allá de lo transpersonal y conectándose con la dimensionalidad de su existencia suprema: el amor incondicional hacia la humanidad producto de su amor propio y aceptación, sin perder la mismidad y manteniendo su identidad.
Nuestro segundo nacimiento no es precisamente desde lo biológico, es más bien desde la orilla de un despertar espiritual, reconociendo que en realidad, si bien es cierto que mis padres aportaron con su amor la posibilidad biológica para que pudiera nacer, fui yo, quien desde mi libre voluntad escogió la vida, más allá de su voluntad. Detrás de ese escenario natural, estaba mi fuerza por cumplir una misión y necesitaba este cuerpo ideal que me brindaron.
Así lo decía el Maestro Jesús en Juan 3:3 – 11 a Nicodemo: “Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo. Este fue de noche a visitar a Jesús. – Rabí - le dijo - , sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. 3 Dijo Jesús - De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. 4 ―¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? —preguntó Nicodemo—. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y volver a nacer? ― 5 Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios —respondió Jesús—. 6 Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. 7 No te sorprendas de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”. 8 El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu”. (https://www.youtube.com/watch?v=YK3KP8c1lg4&feature=youtu.be)
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