Fotografía Armando Martí
Por: Armando Martí
El miedo es aquella sensación de angustia ante lo desconocido, lo inexplicable y lo que no podemos controlar. En la memoria se almacenan cada uno de los momentos vividos de forma consciente e incluso subconsciente, pues el cerebro registra todos los acontecimientos del ser humano. Los recuerdos más simples de nuestra infancia, pueden ser evocados de forma mágica y maravillosa con los cuentos de hadas, príncipes y aventuras, pero tristemente en otros casos, estas vivencias son recordadas desde la incertidumbre, el resentimiento y el temor, sentimientos que nos acompañarán a lo largo de la vida, sino se confrontan con la realidad.
Los primeros siete años de la infancia, son determinados e influenciados por factores psicológicos, creencias y patrones educativos, religiosos y culturales, basados en el premio y el castigo, generando un sentimiento de culpa que habita en lo más profundo del inconsciente, y es el origen de la mayoría de los primeros conflictos sexuales enmarcados en la curiosidad y la desobediencia, propias de la naturaleza humana.
Sin embargo, por temor al castigo social transformamos nuestros más naturales e inocentes sueños en macabras pesadillas, pues al intentar ocultar cualquier transgresión por pequeña, ingenua e inmadura que sea, la recordamos desde la ansiedad y la vergüenza de supuestos pecados, acrecentando la inseguridad infantil.
La ausencia de amor y reconocimiento en algunos hogares disfuncionales compuestos por padres inexpresivos y/o sobreprotectores, nos convierten en “niños malos” e “inmerecedores de amor”. Esta frustración se torna en represión, la cual lleva a familiarizarnos y hasta convivir con fantasmas, monstruos y espectros, que son un espejo distorsionado de la baja autoestima. Paradójicamente, este inquietante terror sirve para apoyarnos en nuestra propia oscuridad, haciendo que necesitemos del miedo y la angustia, como una trinchera para sobrevivir a esta guerra interior.
Incluso, algunas neurosis se compensan durante el sueño en forma de pesadillas, que nos persiguen aun estando despiertos; por eso, un niño con los sueños rotos procurará repararlos en su mundo onírico, si no logra conseguirlo en la vida real, entonces intentará destruir los sueños de los demás.
El síndrome del “niño interior herido”
Cortesía Armando Martí
El niño interior es un concepto que nace como parte de la terapia Gestalt, una metodología creada por el psiquiatra y psicoanalista alemán Friedrich Salomon Perls (1893 - 1970) conocido como Fritz Perls, quien junto con su esposa Laura Posner, descubrieron que el niño interior es la estructura psicológica más vulnerable y sensible del “Yo”.
Dicho orden, se forma esencialmente a partir de hábitos y costumbres tanto positivos como negativos, adquiridos durante los primeros años de la infancia. Igualmente, dependiendo del tipo de experiencias y de cómo las asimilamos, el niño interior puede ser alegre, optimista, sano y sensible; o por el contrario, temeroso de la vida, irascible y con grandes desequilibrios emocionales y enfermedades psicosomáticas.
Las cinco heridas esenciales del niño, que afectan notablemente al adulto presente y futuro son:
1. Herida de abandono:se manifiesta por un gran temor a estar solo, siendo este su mayor enemigo, que genera no sólo inseguridad, sino también, la necesidad de crear vínculos de dependencia afectiva. De este modo, para no ser abandonado, toma la iniciativa de romper o sabotear los vínculos afectivos, culpando a los demás de su fracaso, cuando en realidad, este comportamiento es un mecanismo de defensa y sobrevivencia emocional.
2. Herida de rechazo:esta es una de las heridas más profundas y dolorosas en el infante, ya que, dicho rechazo afecta la autoestima, pensamientos, sentimientos y vivencias. Este bloqueo psico-emocional, se origina en experiencias de no aceptación por parte de los padres y figuras de autoridad, que dan lugar al auto desprecio, la creencia de “no ser digno” de amar ni ser amado, y la necesidad de reconocimiento y aprobación por parte de los demás, a cualquier costo.
3. Herida de humillación:nace cuando el niño siente que sus padres o familiares, lo desaprueban y critican, especialmente cuando lo ridiculizan o se burlan de él. Esto afecta directamente su amor propio, suscitando una personalidad dependiente, dispuesta a hacer cualquier cosa por sentirse útil y válido, desempeñando el papel de servidor y salvador, pues si los otros no lo reconocen, él tampoco podrá hacerlo, y seguirá sintiéndose inferior a los demás.
4. Herida de traición:aparece en el momento en que el pequeño se siente traicionado por alguno de sus padres, que incumplió una promesa. Esto causa en el niño la sensación de no poder confiar en nadie, pues se siente “inmerecedor” de lo que le prometieron, despertando el aislamiento social, resentimientos e incluso la envidia por la estabilidad emocional y económica de los demás.
Es así como disimula su complejo de inferioridad, a través de una “fachada” dominante, fuerte y agresiva, con el fin de asegurar por medio del control, la fidelidad y la lealtad de sus seres queridos, amigos y subalternos de trabajo.
5. Herida de injusticia:es ocasionada por una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños, a menudo impartida por padres fríos o excesivamente rígidos. La constante exigencia de la perfección, provoca en los pequeños la sensación de no ser útil o eficaz ante las demandas de sus progenitores. Ya de adulto, esta enconada inflexibilidad, le impide negociar, conciliar y entablar diálogos con opiniones diferentes a la suya, pues “siempre tiene la razón”. En su exagerada búsqueda de orden y excelencia, agota la energía vital presentando cuadros de sobre estrés, fatiga crónica y el síndrome de “Burnout”.
El club de los perdedores
Cortesía Armando Martí
El escritor norteamericano Stephen King
Uno de los maestros más experienciales sobre el conocimiento del “niño interior”, es el escritor estadounidense de género de terror, ficción sobrenatural y literatura fantástica, Stephen King (21 de septiembre de 1947), quien ha vendido más de 350 millones de libros, los cuales en su mayoría, han sido adaptados al cine y a la televisión.
Junto con otros autores del mismo género de misterio y terror, tales como: Edgar Allan Poe, Mery Shelley, Bram Stocker y H.P Lovecraft, sin duda Stephen King es uno de mis favoritos, cuya novela “It” (Eso) divida en dos partes contenidas en más de 1500 páginas, me han causado gran asombro y entusiasmo, pues esta obra me ayudó a descifrar el entramado psicológico de mi propio niño interior y el de sus protagonistas.
También, he sido un observador y fiel seguidor de la adaptación cinematográfica de esta novela estrenada en 1990 con el nombre de “It: el payaso asesino”, dirigida por Tommy Lee Wallace y protagonizada por el actor Tim Curry en el papel del payaso Pennywise, y la he seguido en sus dos posteriores readaptaciones en 2017 y 2019, ambas dirigidas por el argentino Andrés Muschietti y protagonizadas por el actor sueco Bill Skarsgård.
Durante 3 horas, estuve virtualmente pegado a mi asiento e inmerso en una trama emocional, que minuto a minuto logró ponerme en contacto con mi inconsciente, reviviendo escenas y traumas de mi propia infancia, haciéndome entender una vez más, la importancia de priorizar la sanación de mi niño interior herido.
Cortesía Armando Martí
La película se desarrolla en la ciudad de Derry (Maine, EE.UU), en donde “El club de los perdedores” conformado por siete niños: Bill, Ben, Beverly, Richie, Eddie, Mike y Stan, ahora en este segundo capítulo, ya son adultos pero continúan con sus problemas psico-emocionales, fruto de las heridas esenciales de infancia, las cuales son exacerbadas por la reaparición 27 años después, del tenebroso y horripilante payaso Pennywise. Sin embargo, sus vidas están comprometidas, por un antiguo pacto de sangre para protegerse con el fin combatir a “Eso” que representa: miedo, dolor, culpa, vergüenza y muerte.
Pennywise: el payaso que se alimenta del miedo
Cortesía Armando Martí
“It” (Eso) se fortalece y nutre a través del terror de sus víctimas, que al no sanar su niño interior herido, están expuestas a sus más profundas fobias, pánicos y cobardías, de las cuales este payaso se aprovecha, para transformarse en cualquier cosa intimidante, que habita en los secretos mejor guardados del subconsciente.
Así durante este film, se pueden ver no sólo las pesadillas de los protagonistas, sino también de los espectadores, representadas simbólicamente en forma de enfermos físicos y mentales, abusadores sexuales, cadáveres en descomposición, apariciones fantasmagóricas e inesperados monstruos.
Cortesía Armando Martí
Estas imágenes despiertan ciertas asociaciones, que hemos intentado olvidar, para sobrevivir a una infancia fragmentada por los comportamientos y transferencias de algunos padres, al igual que circunstancias de tiempo, modo y lugar, en las cuales transcurre nuestro crecimiento hacia una adultez debilitada por la incapacidad de resolver estos núcleos, que producen la aparición sistemática de enfermedades y trastornos adictivos y psicosomáticos.
De lo siniestro a la luz
Cortesía Armando Martí
Sigmund Freud (1856 – 1939) considerado el padre del psicoanálisis, afirmaba que dentro de la conducta humana lo siniestro está asociado a las manifestaciones espontáneas, agobiantes e inquietantes provenientes de algo extremadamente cercano y familiar, es decir, cuando aquello que se supone debería estar oculto, se exterioriza con una carga de angustia dado su alto nivel de represión por algún recuerdo, trauma o shock que no ha sido gestionado apropiadamente e incorporado como parte de la construcción de la personalidad, que tarde o temprano vuelve a resurgir.
Por eso Freud decía: “lo siniestro en las vivencias se da cuando complejos infantiles reprimidos, son reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas aparentemente superadas, parecen hallar una nueva confirmación”. Sin duda, Pennywise es el resultado de una mezcla entre lo familiar, lo deformado y lo espantoso, convertido en “Eso” aparentemente agradable pero con matices funestos y horrorosos, que hacen de la infancia un momento vulnerable, en donde nos vemos expuestos a lo más sombrío de la realidad.
Cortesía RT Noticias Rusia
Asimismo, para el psiquiatra chileno Claudio Naranjo (1932 - 2019), el niño interior herido es producto de la falta de comunicación con nuestros hijos por eso lo hacemos a través de la violencia, pues no sabemos como hacerlo mejor. Estas ideas las amplió en una entrevista para el canal RT Noticias en español de Rusia, explicando cómo se pueden curar las heridas de infancia para que no sigan destruyendo nuestras vidas cuando somos adultos: “un niño es un ser que nació libre y que poco a poco es condicionado a través del miedo, es decir, domesticado. Al niño se le enseña que no puede hacer lo que le gusta, pues la palabra que más escucha es ¡No!”.
Además agrega: “por eso olvidamos de que hemos sido niños, ya que, no queremos reconocer lo que hemos hecho. Hasta cierto punto hemos sido inocentes, pero no tan geniales y creativos como para darle la vuelta a la situación y entender, que somos el conducto por donde pasa la sociedad. En la sociedad impera la moral de un padre severo que amenaza, en contraposición al lado femenino que es más comprensible”.
El maestro Claudio Naranjo, nos indica que hay que tener “mano dura con guante de terciopelo”, para buscar el equilibrio entre el amor y el respeto, y así romper con aquellas frases de “tengo que ser un niño bueno” o “tengo que amar a mi padre o a mi madre”, pues para amar verdaderamente debemos tener la libertad de decir Sí o No:
“Saliendo de la infancia quedamos muy resentidos de las heridas que hemos recibido, porque no sabemos gestionar las quejas, frustraciones y carencias de amor. A mí me parece importante, que el adulto despierte a ese niño interior muy enojado por la frustración hacia sus padres, y pueda llegar a acusarlos y experimentar la rabia irracional (aparentemente), pues sin el permiso de sentir, se vive como un animal castrado. Solo desde ahí se puede recuperar el amor.”
Y termina afirmando que una solución es la psicoterapia grupal, en donde las personas aprenden a relacionarse de forma más sana con otros a través de los compartires, dejando de lado ciertos patrones de conductas agresivas de la infancia, al igual que saber procesar el pasado y dejarlo atrás verdaderamente: “somos víctimas de una sociedad enferma y traumatizada, de ahí que trabajar en uno mismo es esencial, para aceptar nuestras falencias y cultivar una vida interior. Es así como se introducen los grandes cambios”.
Un camino simple hacia nuestro niño interior herido
Cortesía Armando Martí
Durante la elaboración de mi libro “Viajero Interior: Un Camino Simple hacia la Serenidad Personal”, que duró varios años, tuve muchos contactos dolorosos y a la vez liberadores con mi niño interior herido, y llegué a algunas conclusiones, las cuales quiero compartir con ustedes, pues quizás me hicieron desprender de la siniestra compañía, que durante años había ocupado en mi vida el entonces aterrador payaso “It” y que hoy, después de reconciliarme con mi niño interior herido y mi adulto responsable y autónomo, me doy cuenta que esos personajes terroríficos eran tan solo un gran “tigre de papel”:
- “Querido papá, quiero expresarte el vacío de no haberte
conocido y sentirte lejano a pesar de estar tan cerca. Sólo
necesitaba un abrazo, un pequeño reconocimiento, un
corto paseo y una sonrisa de satisfacción. Sin tu apoyo
pude llegar a ser la caricatura de un adulto que nunca
aprendió a dar y recibir amor. Hoy reconociendo que
también fuiste humano, te puedo entender, perdonar y
abrazar desde mi corazón, asumiendo la responsabilidad
de construir una nueva y mejor versión de mí mismo.”
- Si te esfuerzas por dejar de esconder a tu niño interior
herido y lo abrazas, la experiencia emocional será tan
poderosa, que sanarás casi inmediatamente todas tus
enfermedades psicosomáticas.
-Una de las mejores decisiones para llenar los vacíos
interiores es la de dejar que el niño esencial sea quien
guíe nuestra vida. De esta forma, se puede dejar atrás
el resentimiento y las dependencias afectivas hacia los
padres, convirtiéndote en un adulto espiritual que se nutre
a sí mismo, siendo su propio padre y madre en unidad con
un Poder Superior y en armonía con su yo interior.
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