Invocaciones: el nuevo relato paranormal del escritor Mario Mendoza





Por: Mario Mendoza


Desde la época de Paranormal Colombia guardé contacto con Armando Martí, el hombre que había logrado dar con el lugar del siniestro del ex ministro Juan Luis Londoño de la Cuesta por medio de una extraña sesión de hipnosis. Fuimos a comer un par de veces y siempre que me contaba alguno de sus casos yo no podía evitar esa sensación de estar metido en una realidad maleable, como si el mundo se pudiera alargar o acortar según el punto de vista de quien lo observa.

Entre esos casos me llamó mucho la atención el de uno de los testigos del famoso carrusel de la contratación en Bogotá, expresión que hace alusión a una serie de funcionarios y políticos corruptos que se robaron buena parte de los dineros públicos destinados para obras de ingeniería en la ciudad. Este individuo estaba callado, intentando pasar de agache en la investigación, cuando de pronto, en una sesión con Martí en la que buscaba comunicarse con su padre recientemente fallecido, el espíritu de su progenitor se dirigió a él para decirle que se entregara, que confesara toda la verdad y que, además, llevara a su hijo (es decir, el nieto del difunto) a todas las audiencias para que aprendiera a ser correcto y transparente. Este testigo acató los consejos del espíritu, se entregó y gracias a sus confesiones empezaron a detener a varios de los implicados. Me parecía increíble que así hubiera sucedido, pero sí, en efecto, me tropecé artículos en los cuales se confirmaba lo que Martí me había dicho. De hecho, había fotografías del joven en primera fila escuchando todos los cargos y los descargos durante las largas sesiones.

Hablamos también de un caso muy sonado en Estados Unidos en el que una mujer y su hija habían desaparecido sin dejar rastros. La investigación apuntaba a la pareja de la mujer, pero el problema era que los cadáveres no aparecían por ninguna parte y por lo tanto no se podía hablar de crímenes si no se encontraban los cuerpos. Consultaron a Martí pero unas semanas después le pregunté en qué iba la investigación y me dijo que no había nada qué hacer, que jamás encontrarían los cadáveres. Y entonces, de manera muy confidencial, me dijo que él había vislumbrado una escena aterradora: unos pantanos al sur de Florida, unas bolsas con los cuerpos mutilados, un individuo arrojando los pedazos de carne humana a los manglares y unos caimanes devorándose con avidez semejante manjar. Un trabajo perfecto que no dejaba huellas de ninguna clase. Imposible acusar al principal sospechoso y detenerlo. El tipo iba a quedar libre, como si nada.

Unas semanas después de estas conversaciones desapareció el hijo de un militar en un accidente aéreo. Estaba recibiendo clases de pilotaje. Encontraron el cadáver del instructor y la avioneta, pero el joven no aparecía por ninguna parte. Una hipótesis aventurada decía que quizás el muchacho, joven y atlético, había alcanzado a lanzarse unos minutos antes de que el aparato se estrellara.

Algunos testigos que buscaban una recompensa afirmaron verlo en una flota, otros decían que estaba en una tienda bebiendo cerveza y llegaron incluso a decir que iba acompañado de una joven muy hermosa. Nada se pudo comprobar. Hasta que Martí ayudó en la búsqueda y propuso una comunicación por medio de una prima que había sido muy cercana a él. Del mismo modo en que había conducido a la esposa del ex ministro a encontrar el lugar del siniestro y que había logrado que la madre de Ingrid Betancourt pudiera ver a su hija y transmitirle una fuerza que ella necesitaba justo en ese momento para no morir, de igual modo transportó la percepción de la prima del joven para que diera con él. Lo vislumbró ya muerto, a la orilla de un río, escondido entre los matorrales. El agua había arrastrado el cadáver hasta ese lugar y era difícil dar con él. En efecto, días después apareció el muchacho en la zona anunciada y la familia pudo por fin hacer un servicio fúnebre y despedirse en regla de él.

También leí por esas semanas un artículo en el que hablaba de un joven grafitero que había aparecido asesinado y cuyas sospechas se centraban en la fuerza pública. Martí ayudó a una periodista a conectarse con la escena a través del programa Trascendenz Q y este arrojó lo que ya muchos intuían: que la policía lo había asesinado sin que hubiera testigos del hecho.



Por aquel entonces, una amiga mía venía siendo visitada por una presencia que ella presentía cuando los bombillos de su casa estallaban o cuando en sueños veía escenas que parecían mensajes enviados desde el más allá. Ella le atribuía esa compañía protectora a su padre, que había fallecido en extrañas circunstancias: lo habían encontrado ahorcado en la terraza de la casa, junto a los tanques del agua. Una escena dramática y muy dolorosa que la había marcado de allí en adelante. Por consiguiente, ella creía que su padre no había podido seguir su tránsito hacia el otro lado tranquilo y en paz, sino que ciertas culpas y remordimientos lo tenían atenazado en esta realidad.

Además, como si fuera poco, cabía la hipótesis de que lo hubieran asesinado o que alguien, quizás alguno de sus socios o de sus deudores, lo hubiera presionado hasta obligarlo a tomar esa decisión tan radical. Por eso mi amiga creía que tenía que esclarecer la situación no solo para ayudarlo a él a desprenderse de esos apegos en este mundo, sino también para liberarse ella y poder cerrar el duelo y continuar con su vida. Yo la escuchaba con atención y sin opinar nada al respecto. Siempre he sido muy respetuoso de las creencias de los otros.

Alguna tarde le sugerí que quizás Martí podía ayudarla, y, en efecto, ella se entusiasmó sobremanera. Hice el contacto y lo único que les pedí a ambos fue que por favor me dejaran estar presente durante la sesión para poder tomar notas y escribir un breve texto. Ambos aceptaron gustosos.

Nos reunimos a las cuatro de la tarde en el barrio El Polo, en el consultorio de Martí que yo conocía ya en dos ocasiones durante la escritura de Paranormal Colombia. Nos tomamos un agua aromática y contemplamos unos minutos las enredaderas que caían en un jardín interior que brindaba una plácida sensación a los visitantes. Mi amiga estaba algo tensa y nerviosa. Me parecía apenas natural.

A los pocos minutos llegó Armando acompañado de su novia Catherine, conversamos unos minutos y él le explicó a mi amiga que no se iba a tratar de una sesión espiritista, ni tampoco de una hipnosis para lograr una comunicación cuántica o no convencional. No, se iba a invocar la presencia de su padre por medio del programa Trascendenz Q, en un apartado de este sistema llamado Predictor. La sola explicación me pareció a mí una mezcla fascinante de teoría de cuerdas con relatos góticos del siglo XIX. Como si hubieran transportado a Lovecraft al colisionador de hadrones en Suiza, algo así. Imposible no pensar en ese famoso programa de los años sesenta y setenta llamado La Dimensión Desconocida.

Como mi amiga no tenía objetos personales muy cercanos a su padre (una camisa, una bufanda, algo que lo acompañara permanentemente), entonces Martí tomó una decisión drástica que funcionaba muy bien para casos así: extraer sangre de la persona que va a intentar la comunicación.

- El cincuenta por ciento de tu sangre tiene la impronta inconfundible de tu padre –le explicó él en un tono pedagógico.

Llamó a una bacterióloga que estaba autorizada para realizar una acción semejante, una mujer muy amable que trabajaba en una clínica cercana y que llegó con su bata blanca y con un dispositivo donde llevaba sus jeringas, sus cauchos y sus tubos de ensayo. Extrajo una dosis mínima de sangre de mi amiga en pocos segundos y dejó una muestra metida entre dos plaquetas. Luego se retiró a continuar con su trabajo.

También llegó una mujer de mediana edad que se hizo aparte en una habitación separada para prepararse. Luego me enteraría de que ella sería la encargada de blindar el portal que se iba a abrir para entrar en contacto con el otro mundo.

- Hay que tener cuidado porque pueden ingresar presencias indeseables –explicó Martí siempre en su tono profesoral.

Mi amiga fue conectada al Programa Trascendenz Q y se le puso una diadema en la cabeza. El asiento quedó en una posición aerodinámica, como lista para un viaje cósmico, y luego se abrió una ventana del programa para ingresar a Predictor. Se le dijo que se relajara, que respirara profundamente, que se dejara ir. Una fotografía de ella estaba al lado izquierdo de la pantalla y una de su padre al lado derecho. Abajo, protegida por una escultura metálica del arcángel Metatrón, sobre una repisa que emanaba una luz azulada, estaba la muestra de sangre.

Varias sicofonías captadas por una antena empezaron a aparecer en el programa. Daba la impresión de sonidos guturales que parecían provenir de una caverna subterránea. Revisando las grabaciones que hice de la sesión creo reconocer después una frase que parece decir algo como: “Yo quiero agua”.
Entonces Martí afirmó:

- Logramos la comunicación. Ingresamos.

No sé si se trató de una sugestión colectiva, pero empecé a sentir un frío helado en la habitación, como si alguien hubiera bajado un termostato y nos estuviéramos congelando en medio de un invierno glacial. En un par de fotografías que luego me envió Armando aparezco con una chaqueta de plumas cerrada casi hasta el cuello. Afuera eran las seis de la tarde de un día cualquiera, pero en esa habitación estábamos en Alaska o en la Antártida. Noté que la enigmática mujer que estaba sentada en un pequeño sillón de madera estaba en profunda concentración y que, por momentos, anotaba en un papel de cuaderno y dibujaba. Martí aseguró a los pocos segundos:

- Tu padre ya está aquí. Puedes hablarle.

Los primeros intentos de mi amiga fueron un poco fríos y distantes, tal vez debido al hecho de que había demasiados testigos de ese encuentro presentes. Martí le aconsejó enseguida:

- Háblale desde el corazón. Olvídate de que nosotros estamos aquí contigo.

Y esa sugerencia fue como si se abriera un dique dentro de ella y empezó a decirle cuánto lo quería y cuánta falta le hacía. Fueron unos momentos muy sentidos, muy emotivos. Y entonces ella preguntó cuál había sido el motivo de su suicidio. Sin que nadie escribiera a través del teclado, el programa respondió como si fuera la voz del fallecido en letras rojas:

- Fui un adicto.

Fue como si lanzaran una bomba en la habitación. Todos sentíamos que mi amiga se estaba enfrentando a algo muy difícil y doloroso: descubrir el lado oscuro de su padre, vislumbrar su zona de sombra. Martí le preguntó si eso era posible y ella negó el hecho de que hubiera sido un drogadicto o un alcohólico. Entonces él le recordó:

- Hay muchas formas de adicción.

Mi amiga nos contó que debajo de su cama le habían encontrado una caja con pornografía. Nadie quiso ahondar en el tema. En realidad, la pornografía es hoy en día vista como un entretenimiento masivo y normal.

Mi amiga le preguntó a  continuación qué lo había inducido a cometer el hecho. El programa volvió a poner la respuesta en letras rojas en todo el centro de la pantalla:

- El rencor hacia las personas que me hicieron daño.

La atmósfera era cada vez más pesada y densa. Teníamos la impresión de que estábamos asistiendo a algo de una intimidad absoluta y que no teníamos derecho a estar allí. Una culpa muy profunda que atormentaba a esa presencia parecía haberlo conducido al ahorcamiento y eso suponía unos hechos atroces, terribles, que eran el origen de ese remordimiento que no lo dejaba en paz ni siquiera al otro lado de la realidad, más allá de la muerte. Menos mal que Martí interpretó bien esa sensación y dijo:
- Creo que lo mejor es que te quedes tú a solas con él. Nosotros vamos a salir.

Eso hicimos y allá, al otro lado de la puerta, se quedó mi amiga conectada a un programa llamado Predictor, frente a una muestra de sangre que llevaba el cincuenta por ciento de la presencia de su padre y en contacto con algo o alguien que le respondía en la pantalla como si la tecnología ya estuviera lista para transportarnos a esas otras dimensiones que antes solo pertenecían al dominio de los brujos y los chamanes primitivos.

No tengo idea de qué sucedió en esa habitación cuando todos salimos. Nunca le pregunté a mi amiga por ese diálogo con el más allá. Cuando volvimos a entrar ella aseguró que su padre le había pasado la mano por la mejilla para despedirse en un último gesto de ternura y de afecto filial. Martí cerró el portal, mi amiga se levantó del sillón y regresamos a la sala a tomar agua y a despedirnos.

En ese momento supe que la mujer que había estado con nosotros en silencio todo ese tiempo había sufrido un accidente años atrás y que la habían declarado muerta. Desde arriba, en un desdoblamiento misterioso, como le ha sucedido a tanta otra gente, ella había presenciado los acontecimientos de su deceso y el revuelo médico a su alrededor. Luego, cuando regresó de la muerte, descubrió que tenía ciertos poderes para comunicarse con ese lugar donde había estado, como si un canal hubiera quedado abierto y funcionando. Fue en ese momento que un vecino suyo recientemente fallecido la contactó para enviarle un mensaje a su familia. Y desde entonces ella transitaba por ese pasaje, iba y venía, ayudaba a los demás, recibía mensajes y los transmitía de la mejor manera posible. Por eso Martí le había pedido su colaboración.

De regreso a  su casa mi amiga iba en shock, ida, como si buena parte de su ser estuviera todavía en otra dimensión. Era comprensible. Había descubierto algo que sin duda modificaría de allí en adelante su vida para siempre.





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