Por: Armando Martí
La palabra contiene
una energía tan poderosa tiene la capacidad de crear, destruir o anular
cualquier acción, según la intencionalidad con la que se exprese y dirija,
marcando el rumbo de la vida. Por esta razón, durante miles de años, ha sido
utilizada como un componente fundamental para moldear, sugestionar e
influenciar la mente a un nivel subconsciente, convirtiéndose en un veneno o en
una dosis de luz. Debido al poder mágico del lenguaje, los seres humanos
lograron materializar sus más profundos deseos así como también sus más
retorcidos y vengativos anhelos, dando origen a las bendiciones y maldiciones
en el mundo.
La maldición es una
exclamación, manifestación y juramento que se hace en voz alta, dirigido a
alguien o algo para generar un daño. Este vocablo tiene sus raíces en el latín “maledictio” que significa, decir algo
malo con el fin de generar un efecto o consecuencia negativa. De ahí, su
protagonismo en las creencias populares de grandes civilizaciones en forma de
supersticiones, mitos y leyendas, pues la palabra es un vehículo de energías
entre el emisor y el receptor, que logra permanecer a través del tiempo.
En la antigua Grecia
y Roma, se seguían unos protocolos estrictos para realizar las ceremonias de
maldiciones llamadas “katadesmoi” o
ataduras, donde generalmente unos sacerdotes especiales conocidos como “areteos” es decir maldecidores,
invocaban la ayuda de un espíritu o deidad a la cual le expresaban el error que
había cometido la persona como un robo, una infidelidad, un amor no
correspondido, una humillación o falta de respeto, entre otras cosas y así
infringirle daño.
Algo queda claro,
toda acción tiene una reacción. Contamos con la
capacidad para comprender que día a día, a través de las afirmaciones
producto de los pensamientos y sentimientos, estamos co-crendo nuestra
existencia. Por eso no podemos subestimar el poder otorgado a cada uno de
nosotros y debemos tomar conciencia plena de la intencionalidad en las
palabras, reflexionando desde qué orilla han sido expresadas, es decir con ira,
dolor o rencor, solo así se podrá reparar con humildad y amor el daño causado.
Nunca es tarde.
Estas son algunas de
las maldiciones más misteriosas y famosas de la historia:
La Maldición de Tutankamón:
En 1922 el
arqueólogo Howard Carter descubrió la tumba perteneciente al faraón Tutankamón.
En pocos meses, muchas personas vinculadas a la excavación murieron en
circunstancias misteriosas: enfermedades, envenenamientos, asesinatos y suicidios.
La maldición de la princesa egipcia:
Conocida también
como la “Princesa Amon – Ra”, vivió
alrededor del año mil quinientos antes de Cristo. En 1890 cuatro jóvenes
adinerados de Inglaterra compraron el sarcófago de la princesa extraído de la
cámara mortuoria en el Nilo, horas después uno de ellos desapareció en el
desierto, otro perdió un brazo tras un disparo, mientras que los dos hombres
restantes quedaron en la bancarrota y terminaron sus días vendiendo cerillas en
las calles. Todo aquel, que se atreviera a perturbar el sueño de la princesa,
encontraba un destino fatal. Inclusive se dice que en el famoso barco Titanic,
estaban partes de sus restos.
La maldición de Jacques de Molay:
En 1314 el rey
Felipe IV de Francia destruyó la orden de los Templarios y mandó quemar su
último maestre llamado Jacques de Molay. Mientras se consumía, Jacques dice que
los reyes capetinos serían malditos hasta su treceava generación. Así fue,
ninguno de los tres hijos de Felipe duró en el trono, y cada dinastía de la
monarquía francesa (Valois y Borbón), terminó sucesivamente con tres hermanos.
La Maldición de Tecumseh:
Esta maldición
lanzada en 1811 por un profeta de la tribu Shawnee hace que los presidentes de
los EE.UU. elegidos en los años divisibles por 20 mueran en el cargo, como por
ejemplo Abraham Lincoln, James A. Garfield, William McKinley, William Harrison,
Warren Harding, Franklin D. Roosevelt y JFK.
La maldición del diamante Hope:
Este diamante tan
legendario, es famoso porque quienes lo han poseído, han sufrido un destino
terrible. Se atribuye a que fue robado de la estatua de la diosa Sita, en la
India, y su primer poseedor fue el comerciante Jean Baptiste Tavernier, en el
siglo XVII. Él se lo vendió al rey Luis XIV, y luego de hacerlo, quedó en
quiebra y huyó a Rusia, donde lo encontraron muerto de frío y con su cadáver
devorado por las alimañas. A su vez, el monarca francés se lo dio a una de sus
favoritas, Madame de Montespan, que cayó en desgracia y fue exiliada de la
corte.
La maldición de Rasputín:
Dicen que sabiendo
que iba a caer en desgracia, el monje Rasputín advirtió a la familia Romanov
que si algún miembro de su familia llegaba a asesinarlo, ellos no quedarían
vivos en dos años. Y así fue: en 1916 el príncipe Yusupov envenenó al monje y
lo mató a tiros, para luego llevar su cadáver al río Neva. La familia real fue
asesinada en un sótano, a tiros, en 1918 como parte de la revolución
rusa.
Comentarios