Fotografia: Armando Martí
Por: Armando Martí
¿Qué pasaría si tuviéramos la
posibilidad de reencontrarnos con nuestros seres queridos fallecidos durante un
día? De eso se trata Coco, la nueva
película de Disney-Pixar que se estrenó hace poco en el país, dirigida por Lee
Unkrich y Adrián Molina, una historia emotiva sobre un niño de 12 años llamado
Miguel que busca la forma de convertirse en músico siguiendo los deseos de su
corazón, a pesar de la oposición de su familia. Las cosas se complican cuando
es enviado al mundo de los muertos y descubre que la razón de esta prohibición
se debe a una herida profunda causada por el supuesto abandono de su
tatarabuelo Héctor, quien se fue en busca de sus sueños como cantante y
compositor.
Este entrañable filme, sobresale por su
argumento inspirado en el Día de los Muertos en México, que se celebra el 1 y 2
de Noviembre, donde priman los lazos familiares a través del respeto y cariño
que todos muestran por “Coco” la bisabuela de Miguel. Por otra parte, se
recrearon escenarios culturales como San Andrés de Mixquic, las pirámides de
Teotihuacán, las calles de Guanajuato y Santa Fe de la Laguna en Michoacán; también
se incluyeron destacados personajes entre ellos Frida Kahlo, Pedro Infante,
Jorge Negrete, El Santo, María Félix, Cantinflas y el revolucionario Emiliano
Zapata. Así mismo, los productores incorporaron otros símbolos como los altares
decorados con fotografías para los difuntos, la flor de Cempasúchil que
representa el puente entre el mundo de los vivos y el más allá, el perro endémico
de México al que se le conoce como xoloitzcuintle y ayudaba a las almas a
cruzar el río Chiconahuapan, el último paso para llegar al Mictlán es decir el
inframundo y los alebrijes unas figuras de animales fantásticos cuyo origen se
remonta a las pesadillas que tuvo el artista Pedro Linares.
La devoción a los ancestros prevalece en
otras culturas pues reconocen su inmensa fuente de sabiduría. Por ejemplo, en
la religión católica es común ofrecer oraciones, novenarios y misas por el alma
de los difuntos, contrario a los budistas e hinduistas, quienes veneran a los
antepasados por medio de actos bondadosos como meditar, peregrinar y servir a
los demás, con el fin de ayudarlos a estar más cerca de la iluminación. En Asia
se reúne toda la familia en un banquete para venerar a los muertos, mientras
que muchas sociedades africanas creen que los ancestros se convierten en
espíritus que influyen en los vivos, por eso se les invoca durante ceremonias
importantes, como una forma de protección y buena suerte.
Debemos aprender a honrar los lazos
ancestrales para curar y renovar los vínculos emocionales que heredamos, de ahí
la importancia de recordar a los muertos, sin dejarlos en el olvido por la
indiferencia, el resentimiento y el dolor, a causa de secretos, tabúes,
silencios y vergüenzas que necesitan ser sanados. En el fondo somos portadores
de los conflictos no resueltos de nuestros antepasados, creando lealtades
inconscientes en las familias que impiden una realización plena, al ser
fiadores de deudas intergeneracionales. Una actitud responsable, consciente y
de compromiso hacia el bienestar integral, son las bases del perdón que
conducen a la libertad.
En cada familia hay un Miguel, alguien
que se rebela contra las normas impuestas debido a errores y prejuicios, que
deben deconstruirse para aprender nuevos comportamientos armónicos. Los muertos
esperan, que nosotros los vivos, tengamos la capacidad de enmendar estas
conductas destructivas para reconciliarnos, restableciendo la conexión divina.
Esa es en parte la esencia del Día de los Muertos, entender el valor del amor
incondicional.
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