Fotografia: Armando Martí
Por: Armando Martí
Explorar el futuro constituye una
parte esencial de lo que nos hace humanos, pues somos la única especie en la
Tierra que demuestra un interés constante al respecto. La complejidad ancestral
por descifrar el porvenir del hombre, ha sido personificada a lo largo de la
historia a través de sacerdotisas, profetas, pitonisas y agoreros, haciendo uso
del principio de los límites entre la mente y el Yo trascendido, con el fin de transformar
la consciencia y alcanzar la supraconsciencia.
Este proceso natural inicia en el
momento del nacimiento con una consciencia muy primitiva. A partir del primer
mes hasta los doce meses, el bebé empieza a tener consciencia de sí mismo y del
mundo, acompañado de emociones e imágenes elementales. Posteriormente, entre
los 15 meses y los 5 años, la consciencia se va moldeando con la aparición de
símbolos y conceptos. Más adelante, de los 6 a los 14 años, la consciencia se
expande adquiriendo la capacidad de adoptar papeles, seguir reglas
comportamentales y entender el punto de vista de los demás. A los 15 años, el
individuo cuenta con la suficiente disposición para forjar y operar su propio
pensamiento. Cuando alcanza la edad de 21 años, ya es un adulto ensamblado de
una visión lógica y global, que integra la mente y el cuerpo.
Las últimas etapas son opcionales como
resultado de una madurez emocional y espiritual, donde el Yo trascendido puede
contemplar los diferentes aspectos de lo “Divino” descubriendo su alma, una
parte esencial para lograr la conexión con el Universo, la unión con todos los
seres vivos y acceder al conocimiento atemporal de las dimensiones. Esta
facultad se llama supraconsciencia, intuición o precognición, un estado anticipatorio
de la percepción que ocurre de manera espontánea, como visiones en blanco y
negro, impulsos inusuales y presentimientos ante los cambios de energía al entrar
en un nivel de meditación profunda o durante trances hipnóticos.
Muchas culturas le han dado una
predilección especial al desarrollo de la intuición. Los oráculos, adivinos y
videntes, fueron y son consultados sin excepción por todas las clases sociales ante
las mismas inquietudes: ¿qué va a pasar? ¿viviré o moriré? ¿me ama o me engaña?
¿voy a triunfar o voy a fracasar? Estos cuestionamientos han
rondado la existencia del hombre y pasaron de ser guiados por sabios maestros dedicados
a la iluminación interior en otras épocas, a manos de algunos improvisadores y
charlatanes que degradan el conocimiento sagrado, y son consultados en la
actualidad para calmar la ansiedad, el dolor y la incertidumbre del destino.
El libre albedrío, acompañado de
la voluntad y la fe crítica (unión entre la inteligencia reflexiva y el
lenguaje del corazón), siguen siendo fuerzas poderosas que permiten decidir qué
será mejor y qué rumbo tomar ante los acontecimientos de la vida, con
sobriedad, buena intención y lucidez mental. Todos los días están llenos de
posibilidades y variables, que nos dan la responsabilidad de elegir. Este
derecho debería seguir siendo nuestro para confrontarnos sin necesidad de
buscar ilusiones pasajeras y salidas facilistas, pues desde la intuición, ya
sabemos si las acciones van a ser favorables o desfavorables. Es hora de
dedicar un tiempo a cultivar ese centro espiritual, que ayuda a avanzar en la
evolución de la consciencia y en la aceptación de la realidad.
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