Cortesía Sharon McCutch
La muerte puede ser uno de los acontecimientos más amenazantes y aterradores para los seres humanos, especialmente en aquellos que se niegan a aceptar este fenómeno como parte natural de la vida misma. En realidad, el misterio de la vida y la muerte son dos caras de la misma moneda. Debido a este desconocimiento, en la sociedad prevalece la confusión y el temor ante la posibilidad de dejar de existir en este plano, especialmente en estos tiempos de gran incertidumbre por el COVID – 19.
En épocas pasadas, las pandemias cobraban rápidamente la vida de millones de personas, pero la ciencia descubrió las vacunas y los antibióticos que redujeron ostensiblemente esta mortalidad. Fue así como nos acostumbramos durante muchas décadas a experimentar una cierta “confianza”, al dejar en manos de la ciencia la posibilidad de extender nuestra vida y controlar la ansiedad que produce el miedo a la muerte. No obstante, gran parte de las secuelas de los dolores y enfermedades físicas causadas por los virus e infecciones, se fueron transformando en enfermedades psicosomáticas o desequilibrios emocionales.
De un momento a otro, las certezas cambiaron abruptamente, pues frente a esta inesperada pandemia hemos quedado de nuevo indefensos, confundidos y debilitados. Además, y como si fuera poco, el desconcierto de sentir que regresamos a vivir la misma situación de nuestros antepasados nos afecta de sobremanera. No es nada fácil aceptar que no existe hasta el momento, una vacuna que contrarreste los efectos de los ataques del coronavirus a nuestra salud.
Algunas de las opciones que desde hace varios meses hemos venido implementando los colombianos, ha sido la de los protocolos de bioseguridad y el confinamiento social preventivo, como estrategia por parte del gobierno nacional y las autoridades departamentales y distritales. Estas medidas, en principio estaban logrando mitigar la velocidad del contagio del coronavirus, pero debido a la falta de conciencia, disciplina y responsabilidad de muchos ciudadanos, hoy se hace necesario intensificar de forma más estricta, el confinamiento social.
Cortesía Vladimir Fedotov
Asimismo, estamos viendo como ante esta situación de emergencia sanitaria, muchos de los paradigmas sociales, políticos, económicos y culturales se han ido derrumbando progresivamente. Ahora nos damos cuenta de que la muerte nos iguala a todos y, por eso, el estatus, el poder, los logros personales y la clase social han dejado de tener tanta relevancia en nuestra vida.
Estamos aprendiendo una dolorosa pero también positiva lección hacia la unidad de una “conciencia colectiva” que ya no se basa en la división, el egoísmo y la exclusión humana. Recordemos que para sobrevivir no basta asumir el peligro latente con el que estamos conviviendo de una forma realista. También, debemos elegir la opción de repotencializar nuestros recursos internos con el fin de salvarnos no sólo de manera individual, sino con la clara disposición de ayudarnos entre todos y continuar luchando juntos.
Las cosas que suceden son el resultado de nuestras decisiones tomadas en la cotidianidad que, a través del ensayo y el error, nos permiten identificar los problemas para luego resolverlos de forma práctica e inteligente. La paciencia y el optimismo son virtudes que nos pueden ayudar de muchas formas ante esta crisis temporal.
Actualmente los científicos de la Universidad de Oxford están trabajando intensamente en el desarrollo de la vacuna contra el COVID -19 y no descartan la posibilidad que, para los meses de octubre o noviembre, esté listo el fármaco. Al parecer, hasta ahora ninguna de las otras empresas encargadas de la investigación sobre el coronavirus han podido anunciar lo que la Universidad de Oxford ha afirmado.
En la vida todo es temporal, incluyendo al coronavirus. Por eso, esta oscuridad en la que estamos sumidos se volverá a iluminar con la luz de la certidumbre y la sensatez, permitiéndonos reevaluar y mejorar nuestra anterior manera de vivir.
El origen del miedo a morir
Cortesía Chris Buckwald
Algunas culturas han considerado la muerte como un tema tabú y a su vez escabroso, procedente de un castigo divino a causa de nuestros pecados, errores y desaciertos. Sin embargo, estas ideas para mí no son tan ciertas, pues Dios es amor incondicional y nunca nos va a rechazar, condenar, humillar, atemorizar o destruir.
Entendamos que los sentimientos de culpa, dolor, ira y vergüenza, así como los de alegría, gozo, placer, erotismo y entusiasmo son parte de nuestros instintos básicos, los cuales se pueden encausar a través de la voluntad y la conciencia plena.
Con respecto al miedo a morir, este se debe a que el inconsciente no puede imaginar o aceptar el final de nuestra vida y si esta tiene que acabar, le atribuimos el morir no a una causa biológica, sino culpamos a una entidad maligna fuera de nosotros de quitarnos la vida. Por eso, en las profundidades de nuestra mente nos resulta difícil concebir una muerte natural, como el deterioro físico y psicológico de la vejez.
La cultura occidental no enseña formas adecuadas de confrontar la muerte y esta ignorancia, acrecienta nuestros temores. Por el contrario, en las culturas orientales, especialmente la tibetana, desde la niñez preparan a las personas para que entiendan la muerte como un estado más de la conciencia y un fenómeno que afirma la temporalidad de esta vida. En consecuencia, eligen el desapego y siguen fluyendo al ritmo de la existencia sin temor a esa transición que no es un venganza ni un castigo de los dioses.
El efecto contrario ocurre cuando las familias pretenden esconder a sus miembros la realidad de la muerte, disfrazándola de fantasía con el fin de evitar un sufrimiento que, como lección de vida muchas veces es necesario, produciendo adultos temerosos y desconfiados a los que les será muy difícil afrontar la pérdida de sus seres queridos.
Hoy nos damos cuenta, de que, a pesar de todos los inventos, sistemas y tratamientos de la ciencia, la realidad de la muerte es inevitable. Cuando maduramos interiormente, comprendemos que la muerte es nuestra compañera de viaje por la vida, al igual que otros maestros como el amor, el dolor, la humildad y la compasión.
El ejercicio de estas fuerzas espirituales, nos dan la opción de realizar “un salto de fe” el cual nos brinda fortaleza e intuición para encontrar un camino hacia el renacer en otras dimensiones. Como diría el psiquiatra y padre de la Logoterapia, Viktor Frankl (1905 – 1997): “en la muerte el ser humano no pierde su vida, se transforma en la vida”.
Hacia una revisión vital
Cortesía Aron Visuals
Cada uno de nosotros posee cualidades únicas, las cuales podemos compartir con los demás. Las historias que hemos acumulado durante los años de existencia en el planeta son muy importantes y, los investigadores sobre las etapas del morir la denominan “revisión final”. Este es uno de los últimos actos valientes que hacemos en la vida: la confesión ante uno mismo, ante otra persona y ante Dios de todos nuestros secretos para revelar los matices más oscuros del alma y liberarla del peso de la mentira.
Lo anterior se logra mediante la expresión de sentimientos a través de la palabra hablada y escrita, como creando una especie de “diario personal” en donde se plasman todas las lecciones aprendidas durante el ensayo y el error de la existencia. Por medio de una mente receptiva y un corazón abierto, es posible preparar de manera muy especial nuestra eminente partida de este mundo.
Igualmente, es importante el acto de perdonarnos a nosotros mismos y después ofrecer este perdón a quienes hicimos daño. Pero, ante todo, la decisión más sanadora para nuestra alma es la de agradecer inmensamente el haber conocido la magnitud del amor, cuyas vibraciones nos conectan al corazón de nuestros padres, pareja, hijos, amigos y personas que se cruzaron en el camino y quienes, en ese momento transformativo, nos devuelven la paz necesaria para dar el paso hacia la luz. De esta manera, comprendemos que no somos dueños de nuestra vida y que, en medio de las pruebas y desafíos, siempre hubo una fuerza espiritual cálida y confiable protegiéndonos hasta el final.
Por esta razón, es fundamental reeducarnos para erradicar aquellas creencias negativas sobre el morir mediante el refuerzo de actitudes amables y compasivas, con el fin de vivir en paz y bienestar, experimentado el momento presente con sobriedad y sin exageradas expectativas.
En el Budismo Zen, a este estado interior se le conoce como “la serenidad de esperar lo inesperado”. Ya es hora de no seguir negando el hecho irreversible de que algún día vamos a abandonar nuestro cuerpo físico, pues más allá de la función cerebral, hay una continuidad de la consciencia aún no localizada por la ciencia, pero percibida desde un origen espiritual en cada uno de nosotros.
Recordemos, que así como existe un mundo material también existe un maravilloso mundo espiritual. Somos en apariencia frágiles, pero esencialmente eternos, poderosos en nuestro interior y conectados al espíritu de Dios. Esa es la grandeza del ser humano.
Resignificando la muerte
Cortesía Eberhard Grosga
A continuación, quiero compartirles a los lectores de la sección Konciencia de kienyke.com breves pero profundas reflexiones en torno al acto de morir, con el propósito de darle un sentido diferente, tranquilizador y transformativo a este proceso natural llamado “muerte”.
- La muerte es la transición a una nueva conciencia para seguir madurando y creciendo hasta abandonar la estructura física, pero construyendo otra estructura espiritual en donde no existe el tiempo ni el espacio.
- No somos dueños de la vida. Por eso, no podemos intentar suprimirla, pero sí aceptar su misterio y conservarla hasta nuestro último aliento. Por más dura que sean las pruebas y los sufrimientos, la vida nos compensa a través del amor, el gozo, la paciencia y la alegría.
- Nuestro cuerpo físico es un espacio temporal, una casa en arriendo, una cueva cubierta de terciopelo en donde vivimos de diferentes formas hasta que nos llega la hora de migrar hacia la auténtica libertad y bienestar interior.
Cortesía Kristine Weilert
- Somos entidades tripartitas compuestas por el cuerpo y los sentidos; el alma, las emociones y la mente; y el espíritu, que renueva nuestra vocación para cumplir la misión terrenal, dándonos la fuerza hacia la transición entre la vida y la muerte. Por eso, cuando pasamos a mejor vida y podemos ver la luz que hace presencia en ese instante, ya no queremos volver a la Tierra, pues la sensación de este incondicional amor llena todos nuestros vacíos.
- Desde el momento de la concepción, a lo largo de la vida y especialmente al finalizar la existencia terrenal, el ser humano está apoyado y sostenido por guías espirituales que lo ayudan a dar el paso hacia la luz.
- El último acto de nuestra vida debe estar contenido en el perdón, que supone la valentía de reconocer el daño causado con o sin intención hemos a los demás, pero, ante todo, el que nos hemos hecho a nosotros mismos. Este perdón debe provenir de la conexión directa de nuestro corazón sin las tácticas, justificaciones, apegos, mentiras o mecanismos de defensa de la razón, los cuales nos impiden soltar el peso emocional para elevarnos hacia un nuevo estado de conciencia que se puede explicar como un sentimiento de plenitud y paz jamás experimentado en la vida.
- Ante la presencia de la chispa divina, nos sentiremos rodeados de una nueva energía espiritual en donde la maldad y la negatividad de ninguna manera son posibles. Por eso, muchos de los seres que nos amaron, incluyendo nuestras mascotas, estarán al lado de nosotros para ayudarnos en este cambio energético.
- ¿Cuál es la fuerza que sobrevive al tiempo y a la muerte? ¡La del amor! Aquella que nos eleva sobre nuestras miserias y dolores, dándonos el vigor, la resistencia y la voluntad para regresar por fin a nuestro verdadero hogar. Allí nos encontraremos con el cálido y protector amor de Dios.
- La oración, la meditación y el perdón junto con los sentimientos de compasión y dulzura para con nuestros seres queridos que han muerto, son las mejores herramientas espirituales al momento de reconciliarnos y vivir en paz en ambas dimensiones.
- Cuando meditemos y oremos por los muertos, hagámoslo eliminando de nuestro corazón el miedo, el resentimiento, el desamor y la culpa. Esta acción no podemos realizarla solos, por eso comencemos entregando nuestras emociones al cuidado amoroso de un Poder Superior, quien es el que sana el alma y libera los espíritus de nuestros antepasados.
Bibliografía:
- Elisabeth Kübler-Ross. (1997). La rueda de la vida. Ediciones B.
- Armando Martí. (2019). Viajero Interior: Un Camino Simple hacia la Serenidad Personal.
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